Al toro por los cuernos
La temporada taurina de Bogotá se convierte ahora en escenario de la política del Alcalde. Ha resuelto el burgomaestre que el espectáculo de la Santamaría no contará con su presencia ni la de ninguno de sus subalternos. Alega él que la administración no tiene porqué cohonestar expresiones que exalten sentimientos de violencia y muerte.
La posición de Petro se suma a la campaña que desde hace un tiempo vienen adelantando personas que repudian el espectáculo y que, incluso, dio lugar a que la Corte Constitucional se ocupara en el tema al resolver una demanda de inconstitucionalidad de la ley que lo reglamenta, acción que, en últimas, denegó las peticiones de los demandantes (Sentencia C 666-10).
Naturalmente que le asiste razón al Alcalde, en cuanto que la administración debe velar porque la cultura popular se encauce hacia la promoción de valores supremos, lo preocupante es que con su postura borre con el codo lo que se hace con la mano.
Existe, como ya se dijo, una decisión de la Corte Constitucional que, se supone, hace tránsito a cosa juzgada y obliga a todos, pues sus efectos son erga omnes y, obviamente, que cobijan al Alcalde de Bogotá, sin importar que se trate de la capital de la República.
Debe tenerse en cuenta que Colombia es una República Unitaria y que no existen estancos o excepciones, de manera que el imperio de la ley se extiende a todo el territorio, cuestión esta que el doctor Petro parece no entiende o no quiere entender.
La Corte Constitucional en la citada sentencia admitió que las corridas de toros son una expresión cultural propia de algunos pueblos que debe ser respetada, sin que ello signifique, de manera alguna, la obligación o el deber de las autoridades de patrocinarlas o promoverlas.
Preocupa que el Alcalde ocupe su atención en asuntos triviales, pues con esa actitud está revelando, salvo mejor opinión, su carácter autoritario al pretender desconocer que existe una afición que tradicionalmente ha cultivado este espectáculo y que no es, precisamente, una carnicería y sí, como lo han testimoniado poetas y artistas, una expresión artística. El hecho de que a él no le guste no lo autoriza para intentar someter a su criterio a quienes no comparten su particular apreciación al respecto.
Jorge Eliécer Gaitán en 1936 fue designado alcalde de Bogotá y entre las muchas particulares medidas que adoptó figura la prohibición de usar ruana, pretendiendo de esta manera dignificar al hombre; en ese afán por enlucir, su jefe de aseo Manuel Rueda embadurnó la ciudad con brea, a punto tal que la hizo intransitable; más tarde ordenó que los chóferes de servicio público usaran uniforme, y hasta ahí le llegó su efímero reinado. El desorden se apoderó de la ciudad y el Alcalde, acusado de dictador, el 7 de febrero de 1937 fue destituido. Lecciones de la historia, la política y los toros.