La serie de vicisitudes que debimos enfrentar en los últimos años nos han generado un distanciamiento y una indisposición en nuestras relaciones sociales muy preocupantes, que por lógica generan descontento permanente, acompañado de irritación, inquietud y nerviosismo. Este estado se manifiesta en todos los campos del diario vivir, dificultando por ello el manejo administrativo y político en el país.
Tomemos como ejemplo la operación del transmilenio en Bogotá, que debe enfrentar una crisis administrativa de alta envergadura, generada por los constantes ataques de grupos vandálicos a este transporte tan importante para la ciudad y dirigido a las personas de bajos recursos, que ven frustradas sus responsabilidades laborales por el deterioro de esta opción del transporte masivo, blanco de manifestaciones degradadas en bloqueos, donde desadaptados arruinan los buses articulados del sistema y destruyen alevemente las estaciones y terminales destinadas al servicio de los ciudadanos.
Estos comportamientos de personas equivocadas residentes en la capital y usuarias del mismo transporte, son muestras de un enfrentamiento ciudadano ilógico, desigual y abusivo, cuyo resultado producen desfases económicos en la operación, que se deben cubrir obteniendo peculios ajenos al presupuesto, precisando el incremento del pasaje para captar los dineros necesarios, de lo contrario, flotara una crisis de ribetes alarmantes para la operación del sistema. Vemos, Pues, el resultado de las protestas patrocinadas por fuerzas oscuras, que no calculan el daño social y estropean las relaciones entre ciudadanos, que a la larga tienen las mismas necesidades y aspiraciones, quedando demostrado que las gentes de bien, serias y responsables, son las más damnificadas.
Urge pues que busquemos una salida a ese estado de cosas. Este escenario para nada es dignificante y demuestra el nivel de atraso intelectual que viven nuestros conciudadanos. Apremia quitarles a los auspiciadores del desorden el recurso humano, tan valioso para ellos y tan caro a nuestros sentimientos, por tratarse de habitantes con buenas bases morales que perdieron su norte, influenciados por organizaciones de oscuras intenciones, en contra de la civilidad y el orden.
La única y acertada salida que deja este tipo de cosas es la educación; valioso hacer un llamado al ministerio del ramo, buscando que las instituciones docentes retomen cátedras del talante cívico y revivan comportamientos de calado moral que oriente la juventud hacia una conducta más acorde con la familia y las buenas costumbres. Ojalá nuestras inquietudes toquen tierra abonada para un futuro más acogedor y estable en nuestras relaciones interpersonales. Hay que advertir que no todo está perdido y debemos aplaudir la ejecución de los Consejos Municipales de Juventud, porque se pueden convertir en el camino que conduce las juventudes a un compromiso personal e institucional. Seguramente el tema está en embrión, pues las votaciones no fueron tan copiosas como se esperaba, pero es un buen comienzo que debemos impulsar.