Dedica, el Papa, los numerales finales del Cap. V (173 a 198) de su gran Exhortación, en el que presenta el tema “El Amor que se vuelve fecundo”, a completar recomendaciones pastorales, insistiendo en la atención cuidadosa de los hijos fruto de ese amor. Reclama, primordialmente, la presencia de la madre, junto al hijo, en especial en los días iniciales de su crecimiento. Indica que las madres dedicadas a sus hijos cumplen la más excelsa misión femenina que se reclama de la familia, en la Iglesia y la sociedad (nn. 173-174). Pero, a la vez, insiste en que es irremplazable la misión paterna, con aportes tan definitivos como el amor y la responsabilidad, con definida identidad masculina (n. 175). De una figura que, anteriormente, se ejerció con autoritarismo, se ha pasado a otra, en extremo inconveniente, con padres desplazados y sumidos, ellos mismos, en labores fuera del hogar (nn. 175-176). Hay qué tener en cuenta que Dios ha dado a los padres en la familia “características valiosos de su masculinidad” (n. 177).
Avanza, en el mismo Cap. V en destacar la importancia de una “fecundidad ampliada”, haciendo también recomendación, de la “adopción con tramites legales”, con vigilancia ante posible tráfico de niños (nn. 178-180). Esta figura hace que se piense en la apertura de las familias a la comunidad, y la atención tanto a hijos de sangre como de adopción (nn.181-184). Hay, también, reclamo al estilo de S. Pablo (I. Cor. 11,173) por discriminaciones en reuniones de las comunidades cristianas, y llamado a que la Eucaristía sea bella ocasión de la unidad entre los cristianos (n. 185-186).
Dedica, el Papa, los 11 numerales finales del Cap. V. (nn. 187 a 230) a estimular el “amor que se vuelve fecundo”, con llamado a que la familia no se encierre en sí misma sino que sea “familia grande”, ampliada a parientes, e incluso a vecinos. Insiste, por ello, en destacar el puesto de los hijos en la familia, que deben ser atendidos debidamente, y quienes, en un buen orden familiar, han de cumplir el cuarto Mandamiento, advirtiendo que “el vínculo virtuoso entre las generaciones es garantía de futuro”. Afirma, que una sociedad de hijos que no honran a sus padres es una “sociedad sin honor” (nn. 188-189). Hay qué dar cabida a los “ancianos” (nn. 191-193), mantener buenas relaciones de “hermanos” (nn. 194-195), así como con los “suegros” (n.198).
Pasando al Cap. VI, encontramos que lo dedica, el Papa, a referirse a “Algunas Perspectivas Pastorales”, sobre lo cual anota, que en la Pastoral deben tenerse en cuenta las propuestas de las distintas comunidades, con atención a las enseñanzas de la Iglesia, y a las necesidades locales (n. 199). Precisa que los principales sujetos de esta Pastoral son naturalmente, las familias, no sin advertir que la Iglesia, con su doctrina, es “signo de contradicción”, pero que, también, son tantos los matrimonios que agradecen la defensa de un “amor fuerte, sólido, duradero”. Esa labor pastoral reclama de parte de la Iglesia, conversión misionera, y no solo un anuncio teórico de tan importante tema. Pone de presente los valores de estas enseñanzas para bien de la humanidad, labor que debe adelantarse, muy de lleno, desde cada una de las Parroquias, con Sacerdotes debidamente motivados desde su Seminario y agentes laicos bien preparados, y con orientación espiritual de todos los fieles (nn. 200-204).
Avanzando en este empeño de destacar puntos de tanta importancia nos encontramos con perspectivas pastorales, reclamadas por los Padres sinodales, a las que dedica el Papa 13 párrafos, de este Cap. VI, encaminados a asegurar el éxito, matrimonial en primer término, la reclamando en primer término, la debida “preparación al Matrimonio” (nn. 205-217), que próximamente comentaremos (Continuará).
*Obispo Emérito de Garzón
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