En vísperas de la final europea de París, que disputaron hace una semana el Liverpool y el Real Madrid, se me ocurrió decir en una red social que, a pesar de ser barcelonista (sin "estelada", por supuesto), deseaba el triunfo del equipo español. Me las dieron por todos lados y de todos los colores. Desde los que, efectivamente, me tenían por un bicho raro, hasta quienes me afearon la conducta por ser seguidor de un equipo antiespañol.
¿Equipo español? ¿Equipo antiespañol?
El marco mental de semejantes posiciones es tramposo y está totalmente reñido con la realidad. Baste decir que el equipo supuestamente antiespañol (un FC Barcelona dizque entregado a la causa del secesionismo catalán) es el que más jugadores aporta a la selección nacional, mientras que la causa del futbol español (a nivel de equipos, no de selecciones) está hoy por hoy en lo más alto gracias a un Real Madrid que en la final de Paris solo alineó de entrada a un jugador español.
Aunque estoy convencido de la transversalidad política de los clubes de fútbol, las masivas celebraciones por la victoria del Real Madrid en la final de la Champions me han llevado a creer que semejante movilización por un común sentimiento de pertenencia (el madridismo, en este caso), puede convertirse eventualmente en un formidable resorte en manos de fuerzas políticas dispuestas a capitalizarlo en las urnas.
Viendo el entusiasmo desbordado en las calles de Madrid y un espectacular fin de fiesta en el estadio Santiago Bernabéu, uno se preguntaba si habría alguna motivación distinta por las que los eufóricos seguidores del campeón hubieran estado dispuestos a canjear el impagable tsunami de felicidad desbordada con el que cantaron el gol de Vinicius y la masiva acogida a sus héroes en la zona acotada entre la plaza de Cibeles y el estadio Santiago Bernabéu.
Lo que quiero decir es que el medio millón de madridistas que se han echado a la calle este fin de semana comparten el amor a unos colores y un escudo como un sentimiento de pertenencia que, eventualmente, puede sobreponerse a otros, de carácter religioso, político, social, económico, corporativo, etc. Y eso es lo que convierte una movilización de este tipo, ante una alegría compartida por un triunfo deportivo, en un yacimiento de poder a la espera de quien sepa gestionarlo. Por eso creo que las fotos de los jugadores con la presidenta de la Comunidad Díaz Ayuso, o el alcalde de la capital, Martínez Almeida, valen su precio de oro.
En fin, creo que, si el fútbol hubiera llegado a España medio siglo antes, Jaime Balmes (1810-1848) hubiera incluido la adhesión a un determinado equipo en sus sesudas hipótesis de laboratorio sobre la democracia orgánica. O sea, a través de las entidades naturales y no de los partidos políticos. Y espero que me perdonen la ironía.