Ganó Catar | El Nuevo Siglo
Viernes, 23 de Diciembre de 2022

Decía Rubalcaba que no es malo acercarse a los malos para intentar que acaben siendo buenos, aunque también puede ocurrir lo contrario. Que todos acabemos siendo malos. Aquel salmo del añorado dirigente socialista se inspiraba en las amistades peligrosas de Sánchez, pero la doctrina también es aplicable al recientemente clausurado Mundial de Fútbol 22, celebrado en el emirato de Qatar.

Frente a quienes desde el principio nos escandalizó la sumisión de la FIFA a la chequera del estado catarí, camuflada en las filantrópicas intenciones civilizadoras de una monarquía de estirpe medieval, otros apostaron por el acercamiento como una forma de contagiar a los dirigentes del emirato. Contagiarles en lo bueno, se entiende. Por ejemplo, en el amor a las libertades y el respeto a los derechos humanos.

Pero, como temía Rubalcaba, ha ocurrido lo contrario. De nada nos sirvió el precedente de los Juegos Olímpicos de 2008 en China, donde sigue viva la dictadura del proletariado que aplasta a los proletarios. O el Mundial de 2018 en Rusia, un país invasor del vecino ucraniano. Ese era el riesgo, que en esta parte civilizada del mundo -o eso creíamos-, acabáramos mirando hacia otro lado como consecuencia del contagio. Lo cierto es que en Qatar no han dejado de rezar cinco veces al día ni se han dejado de violar los derechos humanos en nombre de Dios.

Sin embargo, al emirato le ha salido muy rentable la organización del Mundial en medio del desierto. Tan rentable que bien podemos decir que ha sido el verdadero ganador después de hacerse visible en su reciente exposición universal por cuenta de un deporte en el que los cataríes son absolutamente analfabetos.

Todos los objetores que en el mundo fueron en vísperas del Mundial, e incluso antes, desde las más que oscuras maniobras de la adjudicación del acontecimiento en el año de 2010, se han ido perdiendo en la polvareda. El país organizador logró aparcar su mala relación con los derechos humanos, consiguió que la nube negra de los sobornos se desvaneciera con el paso del tiempo y, en fin, enterró en un documental de Netflix los escándalos de corrupción en la FIFA que estuvieron detrás de la elección de Qatar como sede del Mundial 22.

Total, para llegar a una final Argentina-Francia en la que sus dos protagonistas, Lionel Messi y Kilian Mbappé, cobran de Qatar. Dos renombrados gladiadores patrocinados por los malos. Dos futbolistas a sueldo del estado catarí, dueño y señor del Paris Saint Germain (PSG), que es un elemento más de la gran operación de relaciones públicas del emirato, lo mismo que la cadena de televisión Al Jazeera, Qatar Airways y, por supuesto, el Mundial que, en el terreno estrictamente deportivo, ganó la Argentina de Messi.

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La política en España está encharcada. Crisis de Estado, dicho en lenguaje académico, para expresar el choque institucional entre los tres poderes del Estado: el Gobierno de Sánchez, el Parlamento de mayoría favorable a Sánchez y un Poder Judicial de caducada mayoría conservadora que Sánchez trata de voltear sin reparar demasiado en los procedimientos y en los costes: deterioro de las instituciones, desprestigio de la clase política y descuido de los intereses generales.

Como los polvos que acaban en lodos, esta crisis institucional también tiene sus edades. O su historial. El origen es el obstruccionismo del PP en la renovación del CGPJ (Consejo General del Poder Judicial), que es tarea pendiente desde hace cuatro años. La parte sobrevenida de la crisis la puso un Gobierno condicionado por sus costaleros, todos ellos objetores de un Estado cuyo deterioro les haría felices.

A partir de ahí tanto el PSOE como el PP, el que gobierna y el que puede gobernar, el pilar derecho y el pilar izquierdo del sistema, son responsables del pecado principal: la malversación del espíritu de una Carta Magna pensada para favorecer el consenso y evitar el enfrentamiento. Las dos fuerzas centrales, la que lidera Sánchez y la que lidera Feijóo, prefieren la confrontación por entender que les resulta más rentable.