GLORIA ARIAS NIETO | El Nuevo Siglo
Viernes, 11 de Noviembre de 2011

Ojos abiertos

 

LAS  elecciones, y la muerte de Cano, fueron los acontecimientos de las últimas semanas. Dos hitos que marcaron los calendarios políticos, militares y conversacionales del país. Todo giró a su alrededor, porque la democracia y la guerra -así como la economía y la justicia, o los desastres naturales y el narcotráfico- han sido ejes neurálgicos en la historia de al menos cuatro generaciones de colombianos.
Y mientras tanto, la vida siguió pasando, y los noticieros dieron cuenta de otras cosas, pero nada parecía tan importante como los escrutinios del 30 de octubre, y Cano, muerto en su ley, mejor dicho en su anti-ley.
Y al respecto, y así medio mundo me caiga encima, no puedo no decirlo: Yo celebro los golpes a las Farc, porque esa guerrilla ha sido funesta, terca y perversa: celebro que así sea a punta de cocotazos bélicos, les quede claro que por la vía armada nunca podrán llegar a ejercer el poder en Colombia; celebro cada vez que un guerrillero, por decepción, miedo o convicción, deja las armas. Pero no celebro -¿qué hago? soy un bicho raro- la muerte en combate de los 350 guerrilleros que han caído este año; ni celebro la muerte del 351avo, alias Alfonso Cano, máximo ideólogo de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.
Y no la celebro, a pesar de sentir y saber que Colombia va a estar más tranquila sin este personaje disparando intimidación y violencia a diestra y sinistra, sino porque -por principio- yo no celebro la muerte. La de nadie. Ni siquiera la de una persona que ha causado tanto, tantísimo daño.
Y si la muerte de Cano era necesaria para que Colombia viva en paz, tal vez el pequeño Maquiavelo que llevamos dentro, un día me grite desde los huesos que el fin justificó los medios. Pero como una cosa es llegar a justificar, y otra distinta, celebrar, confieso que no pertenezco al grupo de compatriotas que hace una semana brindó y aplaudió al conocer la noticia.
Espero que no me pongan en las listas negras de los extremistas. Lo que pasa es que yo, genética, social y académicamente, me formé para celebrar la vida, y -no es por aguar la fiesta- pero sigo pensando que las soluciones armadas no son soluciones de raíz; son, a mi modo de ver, más eslabones en las cadenas de los conflictos aplazados y las sociedades desangradas.
Bueno, decía al principio que mientras todo esto pasaba, el caminar de otros eventos seguía su paso, sin acaparar la atención de los ciudadanos. Caso concreto: Saludcoop. Ayer, el editorial del El Tiempo rescató el tema con la relevancia que merece, y es que por 'edad, dignidad y gobierno' no podemos echar reverso en la lucha contra la corrupción. Re-empotrar a Palacino en Saludcoop, y asumir que sin importar su origen, el poder económico vuelve intocable a la gente o a los sistemas, contribuiría a consolidar esos suicidios éticos que corroen como el peor de los óxidos.
Entonces, ojos abiertos, oídos despiertos... Y que no sean los ojos abiertos de la muerte, porque esos -creo- miran, pero no ven.

 

ariasgloria@hotmail.com