GLORIA ARIAS NIETO | El Nuevo Siglo
Viernes, 15 de Agosto de 2014

Una franja negra en el corazón

 

Por dignidad, memoria y justicia, resultaría inadmisible que magnicidios que afectaron para siempre la vida nacional, y el corazón de  familias propias y ajenas, quedaran en la impunidad. Colombia no está dispuesta a aceptar que por ineptitud o por execrables complicidades con altas esferas de poderes pasados (léase congresistas, militares o gobierno en su momento en ejercicio), quede impune la muerte de personas, que fueron  símbolo y expresión de integridad y valentía.

Por eso el país celebra los recientes interrogatorios y detenciones a exmilitares vinculados al asesinato de Jaime Garzón. Por eso el país exige que se llegue hasta el último milímetro de verdad, en  la autoría intelectual de los magnicidios de Luis Carlos Galán y Álvaro Gómez. Por eso, todos quisiéramos saber que quienes participaron  directa o indirectamente en la orden de matar a Guillermo Cano, cumplirán las penas que impone la justicia y el repudio que aplica la sociedad.

17 de diciembre, 13 y 18 de agosto, y 2 de noviembre, son fechas que ningún colombiano debería olvidar: en la primera, asesinaron a Guillermo Cano; en la segunda, a Jaime Garzón;  en la tercera, a Luis Carlos Galán, y en la cuarta, a Álvaro Gómez.

Quienes segaron sus vidas no obraron por iniciativa personal. Ojalá se hubiera tratado de cuatro matones sueltos, sin más neuronas que las necesarias para disparar un gatillo. Pero todos sabemos que no fue así, y que detrás de cada uno de estos crímenes, se escondía una maquinaria de podredumbre: paramilitares y altos militares, en el caso de Jaime Garzón; la cúpula del narcotráfico, que compitió y literalmente se mató por precios y mercados, y fue capaz de unirse para ordenar la muerte de Guillermo; organismos de seguridad corruptos, narcos perseguidos por la justicia y sus miserables fichas elegidas en el Congreso, en el crimen de Galán; y ya llegará la hora de saber si las denuncias de Rasguño son ciertas, y si a Álvaro Gómez lo mató una telaraña tejida por expresidente, exministro, y militares al servicio de Carlos Castaño.

Una maquinaria atemorizada ante el valor de quienes no callaron la verdad, y nunca, ni ante las más fuertes y evidentes amenazas, renunciaron a expresar con tono, inteligencia y argumentos, las denuncias de las marañas y delincuentes que estaban acabando con el país, y que finalmente acabaron con sus vidas.

Matar la libertad de prensa, la esperanza de un país dignamente gobernado y el más lúcido, clarividente e irreverente humor, no fue producto de la hamponería callejera. Acabar con la vida de  personajes a quienes Colombia amaba, respetaba y tenía como referentes, exigía un andamiaje del más abominable y cobarde poder: el que recurre a las armas ilícitas, a la muerte violenta, para proteger ese estatus inconsistente, inescrupuloso y arribista, que les daba  sensación de fortaleza e invencibilidad.

Que la justicia sea ciega, como analogía de imparcialidad; pero que abra bien los ojos, porque la impunidad frente a un magnicidio, es impunidad frente a un país con una franja negra atravesada en el corazón.

ariasgloria@hotmail.com