GLORIA ARIAS NIETO | El Nuevo Siglo
Viernes, 20 de Enero de 2012

Entre las calles Infanta y Salud

En todas partes se cuecen habas y (agrego) se caen edificios. Se caen -o los caen- por viejos, por guerra o por desarrollo; por negocio, por maldad o por estética; por muchas razones que hacen que el rostro de las ciudades no sea siempre el mismo.
El martes en la noche, un edificio ubicado entre las calles Infanta y Salud en La Habana, no aguantó su tercer y definitivo desplome y, luego de haber sufrido caídas parciales en 2006 y 2007, se cansó de vivir.
Entre tantos muertos difíciles que dejan los tsunamis, los movimientos armados, los bombardeos o los terremotos, cuatro muertos y seis heridos por un viejo edificio que ya no dio más, no tendrían que ser noticia internacional.
Pero en este caso es inevitable que el edificio caído en una calle de Cuba haga pensar en todo el régimen; en toda esa concepción de vida y política que ha venido desplomándose durante décadas de privación de la libertad; autismo comercial y económico que ha convertido una de las islas más bellas del mundo, en un país despellejado, pobre y aislado.
Los atardeceres de mojitos, son y boleros, no son la verdad verdadera de lo que se vive y se muere en Cuba. Queda muy poco de los idealismos y promesas de equidad y de una justa distribución del capital. Preciosas y enormes casas para los políticos de alto rango, contrastan con los balcones partidos por los años, y esos corredores oscuros, donde la decadencia se instaló como una larga e insalvable agonía.
Si bien temas como la educación y la salud pública funcionan desde el punto de vista de la cobertura universal, la libertad intrínseca y social está maniatada por restricciones arcaicas, casi contranatura.
En Cuba siguen estando al orden del día, la carencia de estímulos, y la imposibilidad de elegir algo tan fundamental como en qué trabajar, dónde vivir o qué tipo de escuela se quiere para los hijos.
Pintar la casa del color que se antoje (el Pintuco es un lujo desconocido), navegar soberanamente por Internet, o escribir o hablar a favor o en contra de quien sea, son cosas que los cubanos no pueden considerar.
Y sí, es verdad, no tienen caries ni desnutrición, y todos saben leer y escribir. Pero, ¿a qué costo humano?
En un país de once millones de habitantes, faltan -según datos del 2010- más de 600.000 viviendas. 50% de las construcciones está en mal estado, y 80% necesita reparaciones considerables.
Vidrio que se rompe, vidrio que se queda roto, y muchas calles parecen vestidas de post-guerra.
Casi todos los ciudadanos mayores de cinco años hablan dos idiomas: el que se puede y el que se esconde; y entre la versión oficial y la realidad hay una cosa gris que navega vestida de prudencia, o de miedo.
Entre las calles Infanta y Salud un edificio murió por imposible.
También un régimen, entre los meridianos 74 y 84 longitud occidental.
Paz en las tumbas. Paz de poetas, de caña y ron.
ariasgloria@hotmail.com