GLORIA ARIAS NIETO | El Nuevo Siglo
Viernes, 14 de Diciembre de 2012

Por esa misma ‘distintez’

 

De  todos los sacerdotes que he conocido desde niña, solo cuatro han sido importantes en mi vida: Uno, de cuyo nombre no quiero acordarme, fue importante, por ruin; la ruindad es relevante (en términos de secuelas) en la vida de los niños, porque marca para siempre.

Y los otros tres, ¡por todo lo contrario!: por valientes, por distintos a la curería tradicional, porque su discurso no es discurso sino convicción, y su convicción se vuelve palabra comprensible, palpable y humana.

En los tres encuentro mucho qué admirar, respetar y querer, y cada uno ha dejado trazos duraderos y bonitos en mi afectividad, en mi forma de pensar y creer. Cada uno -con su estilo muy particular- me ha enseñado, soportado, e incluso comprendido, y  a  los tres les debo buena parte de mis conversaciones con Dios, con el prójimo y  conmigo.

Uno de esos  tres sacerdotes positivos en mi vida, es el Padre Alfonso Llano. Más de una vez hemos estado en desacuerdo, pero a pesar de ser tan distintos -o quizá por esa misma distintez-más son las cosas que nos unen, que las que nos separan; compartimos Analbe (Asociación Nacional de Bioética) con todo lo que implica: foros, asambleas, frustraciones, emociones, arcas vacías, conciencias despiertas, dilemas sin respuesta, respuestas casi siempre interrogadas… Nos unió la dificultad de lo cotidiano; la complejidad de fuerzas tan naturales como nacer o morir;   nos sentamos a la misma mesa -él con un costalado de sabiduría, y yo, apenas con un puñado de preguntas- a debatir momentos de verdad, los extremos de la vida, los epicentros de la muerte.

Compartimos -lo digo con respeto y con toda  proporción guardada- la responsabilidad de escribir, de disentir, de no tener tiempo suficiente; de ser más tercos que lo deseable, de sentir más joven el alma que el cuerpo, y más arraigada la nostalgia que el desconsuelo.

Cada ocho días él invitaba a miles de lectores a hacer Un alto en el camino; pero cometió pecados que algunos jerarcas de la Iglesia no le perdonaron: cometió el craso error de pensar que el espíritu podía ser reflexivo; y que la fe, el pensamiento y la duda, eventualmente podrían pararse en el mismo escenario, y hablar entre ellos, sin tener que vendarse los ojos ni coserse los labios. Por alguna extraña razón, creyó que en el siglo XXI era más hereje quien no intentaba acercar a Dios a los hombres, que quien  se atrevía a cuestionar lo que un par de neuronas andando juntas, se preguntarían con solo respirar.

¡Qué peligro y qué vergüenza! Entre algunos jerarcas de la Iglesia, y el Dios incluyente por el que el mundo clama, sigue habiendo un abismo lleno de hogueras, monólogos y prejuicios.

Cae sobre el Padre Llano una nueva prohibición. Pero le saldrán  letreros en la frente; escribirá memorias, testamentos o e-mails. Para una persona que piensa, escribe y cuestiona, no es difícil convertir la mordaza en motor.

Padre Llano, mis respetos. Y que de usted digan como del Vendedor de Mocedades:  “¡No se apagaba nunca su voz!”

ariasgloria@hotmail.com