Hace varios años tuvimos la oportunidad de trabajar en Nueva York, en la ONU, con padre del Señor Alcalde Mayor y desde entonces conocimos sus ilusiones y visiones para "cuando fuera grande". Una de ellas era ver a Bogotá una metrópolis moderna y amable para sus habitantes. Convertido ya en burgomaestre capitalino lo hemos visto, en su primera administración, transformar radicalmente la ciudad y en su segunda, sinceramente, dar palos de ciego sobre lo que realmente le importa y necesita esté inmenso y caótico conglomerado.
Es por ello que hoy, desde nuestro refugio semanal, trataremos de convencerlo que deje a un lado tantos megasueños y se dé cuenta que lo primordial es que nueve millones de bogotanos podamos vivir y convivir amable y tolerantemente pero, para que ello sea posible, necesitamos un mínimo potable de bienestar individual y colectivo. Un entorno si no idílico al menos si soportable, libre de estridencias ambientales, tanto visuales como sonoras.
Comencemos por pedirle al Señor Alcalde que sus escobitas limpiar bien las calles, avenidas y parques locativos y que dejen de tener la filosofía de Ramona, la de las tiras cómicas, de "echar todo el mugre debajo de la alfombra". No es necesario ir hasta Doña Juana para sufrir de toda clase de olores y pestilencias. Se trata de hacer bien la tarea y de castigar ejemplarmente a quienes ensucien el espacio público.
Otra tarea igualmente sencilla e igualmente urgente: tapar los miles de huecos que, como peligrosos cráteres, pululan por todas partes y repararlos en sus justas proporciones para evitar malgastar material y ampliar innecesaria y costosamente el radio de las reparaciones. Aquí sería menester comprometer a todos los vecinos en esta tarea, mediante contribuciones prediales no muy onerosas pero si muy efectivas.
¿Y qué decir de como nuestras casas, edificios y monumentos que siguen convertidos en papel de la canalla, víctimas con toda clase de "grafitis"? Dejando de lado a los que pueden considerarse como obras de arte y tienen su lugar predeterminado, los demás son producto de cientos de desadaptados que han embarruntando lastimosamente paredes, puertas y ventanas. Hay que limpiar y vigilar lo limpiado y sobretodo, castigar a los seudografiteros.
El Señor Alcalde se ha empeñado, a medias, de bajar de sus carros a los particulares y subidlos a los buses. Pero no se ha preocupado, ni tampoco su secretario de movilidad, por la suerte de los pasajeros que son tratados y transportados como bultos de papa, en esos hechizos buses azules, a lo largo y ancho de nuestras destartaladas vías. Es un verdadero suplicio al que nos vemos sometidos, diariamente, los que padecemos a estos locos al volante. En consecuencia, por todo lo aquí someramente reseñado, nuestros espacios públicos no son aptos para vivir y convivir en bienestar sino, todo lo contrario, son verdaderas "zonas de guerra", "tierra de nadie", en donde se invita permanentemente a la confrontación, la intolerancia para así convertirnos en esos seres socialmente intratables en que nos estamos convirtiendo los santafereños.
Adenda
Todo lo anterior sin hacer referencia a la peor de nuestras desdichas citadinas: el padecimiento que sufrimos por culpa de miles de motocilistas que, "sin Dios ni ley", embisten sin misericordia alguna a peatones y conductores, en todos los cuatro puntos cardinales de nuestro remedo de urbe...