El golazo de Iván Duque pudo haber sido de izquierda, si miramos el VAR de la historia. Muchos de los grandes acontecimientos de la humanidad ocurren por causalidad, así como ciertos inventos y descubrimientos. Cristóbal Colón murió sin saber que había descubierto América: pensó que había llegado a Catai, China, a tierras del Gran Khan; fue igualmente casual el descubrimiento de la penicilina por Alexander Fleming, en 1928, cuando dejó una placa de un cultivo con la bacteria del stafilococo en la mesa de su laboratorio y se fue de vacaciones. Al regreso, comprobó que el cultivo se había contaminado con un hongo que impidió que creciera la bacteria: había descubierto nada más y nada menos que el antibiótico; un trasnochado panadero italiano residente en Cali en una calurosa tarde -más desprogramado que Armero Stereo- se puso a amasar ilusiones y a hornear a regañadientes unos panecillos que había construido con los ingredientes que primero se topó en su desvencijada cocina: harina de maíz, queso, huevo y almidón de yuca, a resultas de lo cual nació, sin siquiera barruntarlo, el más exquisito platillo: pane del buono.
También en política el azar ayuda a explicar cosas. Los términos de derecha e izquierda encuentran su génesis en un puro convencionalismo: en tiempos en que sesionaba en París la Asamblea Constituyente, hacia 1792, en medio del fragor de la Revolución, las distintas facciones, bancadas o tendencias políticas se distribuían en el recinto según su ideología. Pero dio la casualidad de que a la derecha del presidente de la asamblea se situaron los girondinos, a la izquierda los montañeros y en el centro tomó asiento una masa informe (el hombre–masa) a la que se designó como el Llano o la Marisma.
Los girondinos, en su mayoría procedentes de La Gironde, deseaban restaurar la legalidad y el orden monárquico, mientras los de la Montaña, también conocidos como jacobinos -vociferantes y feroces, siguiendo los ímpetus de Danton, Marat y Robespierre- propugnaban por un Estado revolucionario y en efecto llevaron a la naciente Republique a un estado de caos y terror mientras se formaban las instituciones. Luego, por fortuna, aparecería Napoleón Bonaparte.
Pero si la ubicación geográfica de esos constituyentes franceses hubiese sido contraria, entonces estaríamos calificando hoy a Adolfo Hitler como un monstruo de izquierda y a José Stalin como uno de derecha. Y terminamos con otro ejemplo de casualidad en política: el apelativo de “mamerto” (entiéndase comunista irredento, trasnochado) nada tienen que ver con San Mamerto, arzobispo de Viena en el Siglo V, conocido hacedor de milagros, ni con Fray Mamerto de la Ascención Esquiú, nacido en 1826 en la provincia argentina de Catamarca. Según el maestro Efraín Osorio, a los nuevos mamertos los reconocieron porque el terminal “erto” coincidía con el nombre de algunos directivos del partido comunista colombiano, como Gilberto, Filiberto, Ruperto e, incluso, los más chistosos le sumaron el propio Mamerto de Los Chaparrines, programa radial que alegraba las noches, por allá en los años 60’s. En todo caso esos nombres, tan sonoros, suenan igual de montañeros.