Había una vez en el desierto un cantante vallenato muy famoso, de talento excepcional, el mejor de todos para mi sentir, que respondía al nombre de Diomedes Díaz, cuya muerte en vísperas de Navidad del 2013 “presencié” por los lados de su tierra nutricia, cerca de Palomino, donde le prendían velas desde cuando era un “don nadies”, un simple agricultor que apenas contrataban para sembrar el pánico en zona rural de Carrizal, corregimiento de La Junta y luego disfrazaban de espantapájaros para cuidar el maíz que sembraban los finqueros del lugar. Al final de la parranda, dejó a una fanática en situación de “difunta”.
Resulta que el vicio (licor, drogas) le hicieron cambiar su nombre por “Novienes Díaz”, porque se volvió más mentiroso e incumplido que un sastre y por lo general faltaba a sus presentaciones, o llegaba perdido de la traba a tararear y cantar incoherencias, para al final salir en andas, a “tomatazo venteado”; a mí me “faltonió” una vez por allá en la Mesa de los Santos, Santander -sitio telúrico, amén de paradisíaco- en noviembre del año 99, con la buena fortuna para mí y mi sobrino Juan Pablo, de que el telonero de turno era un tal grupo conocido como el Binomio de Oro de América, con un colosal cantante de nombre Jean Carlo Centeno, que nos salvaron la noche, y de qué manera.
Cosas y circunstancias de este caletre no sólo pasan en el show de las estrellas. Ahora está haciendo carrera (sin dar nombres propios, por razones de seguridad) un primer mandatario (igual de enfermito) que deja metidos a tirios y troyanos, deja armada toda la parafernalia logística, las “mesas de los santos y santas” servidas, los banquetes y cocteles a pedir de paladares en Bogotá, San Andrés Islas, Washington, y hasta en París, donde se es-fumó dos días y el monsieur no llegaba, como perdido en la galaxia, por allá seguramente en compañía de la marciana Irene y de su marido holandés, degustando baretos de marca Susana Boreal, porque ni siquiera lo pillaron los paparazzis en el Moulin Rouge, Lido, ni en Crazy Horse; y por tales reiteradas “ausencias en lo fundamental” le han dado en llamar “Gpetro, el papá de Pinocho”, apenas comparable con el “Cacique y la Dijunta” y ya no lo quieren invitar a nada, como para que la rumba se la arme él solito y siga “viviendo sabroso” a su callada manera.
Y cuentan las escrituras que cuando El Señor dijo “háganse los mitómanos y los incumplidos”, ya Gpetro hacía rato estaba sentado en su carpintería perfilando a garlopa limpia, con mano zurda, un precioso amasijo de embustes en carne y madera, a quien daría por nombre Pinocho, célebre por andar brincando por las praderas de la fantasía, siempre en contravía de la verdad.
Post-it. Merecido homenaje le acaba de hacer la Asamblea del Meta a Rubén Darío Lizarralde, gerente “salvador” de Bioenergy, empresa que repudió su padre, Ecopetrol, y de no haber sido por su rutilante gestión habría sido liquidada y con ella más de 715 puestos de trabajo directos y 3.500 indirectos... El tenaz ejecutivo ya había logrado salvar de la quiebra a Indupalma S.A., por los años 90s, cuando estaba llamada a perecer y la cifra de víctimas ascendía a 3.000 entre trabajadores, pensionados y asociados de CTA. ¡Justo reconocimiento patriótico!