La fragilidad de la democracia
Sin duda alguna es bueno saberse perteneciente a una sociedad que sea reconocida como democrática. Pero luego de esa satisfacción comenzamos a preguntarnos -viendo las realidades que vivimos- el porqué de la carencia de equidad, de la violencia, de la exclusión de muchos, de los repetidos ataques contra la dignidad de la vida manifiestos desde la muerte de quienes han comenzado el proceso de nacer socialmente aceptada por algunos mismos que no dirán palabra alguna sobre la muerte de indigentes y que se dan mañas para ignorar esa verdad irrefutable de la existencia de esas armas letales como son la pobreza, el desempleo y el temor al mañana visto como incógnita no descifrable.
Nadie ignora lo que sucede; sigue siendo cierto aquello de que “más cornadas da el hambre” asumido como un llamamiento a preocuparse por lo fundamental. En algunos momentos se ha hecho -y es loable la intención que se trazaron los dirigentes mundiales- el propósito de reducir, si no eliminar, el índice de hambre sobre la Tierra. Pero ya se sabe que no se logrará ni haciendo uso del maravilloso e ingenioso juego de la estadística vista por algunos como disciplina del disimulo ni con la dolorosa ayuda a ese propósito que otorgan esos pobres que a diario y crecientemente dejan el vivir marcados por el hambre.
No es de asombrarse entonces que en su desespero la “pobrecía”, sin alternativas ni oportunidades ciertas, se pueda volver contra la democracia si tiene en carne y espíritu propios la certeza que de ella tan solo ha recibido carencias ya que para excluidos e indigentes se trata tan solo de sobrevivir y lo harán a medida que se vean acorralados y hayan asistido a la extinción de la esperanza.
El filósofo Maritain afirmaba que “la democracia, más que una forma de gobierno, es una forma de vida”. La frase es bella y profunda, sí, pero es preciso llevarla a que la gente entienda por qué ella está fracasando. La razón no es otra que nosotros nos hemos dedicado a “afinar” la democracia de los procedimientos y esa democracia real comienza a ser cuando se comprende que ella empieza siendo la democracia de los valores. Cuando los valores son entendidos y compartidos que conformen un “ethos” regente de toda la actividad humana orientada a la convivencia.
La “Ecología Humana” se funda en la democracia de los valores ya que solo se puede construir humanidad partiendo de una recta concepción de lo que es la persona humana. Y es que una democracia crece cuando se sabe para qué se vive, verdad esta que rige como finalidad los medios que se adecuen para hacerla cierta.
Hoy el relativismo ampliamente denunciado desde los albores del Concilio Vaticano II ha conducido por caminos inciertos la familia, la educación al negarse a dilucidar “la verdad sobre el hombre”. Sin saberla toda forma de organización social será perversa y conducirá a aquel maravilloso acierto de León de Greiff cuando afirmaba que “todo no vale nada y el resto vale menos”.