HERNANDO GARCÍA MEJÍA | El Nuevo Siglo
Sábado, 31 de Diciembre de 2011

 

Loa a la amistad

 

Al concluir este desastroso año marcado por el invierno, la pobreza y la violencia, debemos, pese a todo, insistir en la alegría, el optimismo y la esperanza con respecto al 2012, que ojalá mejore el menú.

Bajo tan ilusionada perspectiva envío un abrazo fraternal y cariñoso a todos mis amigos próximos y lejanos, visibles o invisibles y muy especialmente a los lectores y consumidores de estos tintos, a veces un poco o un mucho amargos en razón de temas y circunstancias, deseándoles, de paso, lo mejor de lo mejor. Aunque esto sea muy ambicioso en un país tan mafioso, triste e inequitativo como el que nos dejaron los deplorables años del octenio purulento.

Y sea esta la oportunidad para relievar con entusiasmo y alegría las virtudes de la amistad, sentimiento que a veces es más noble y puro que el mismo amor, ya que se funda en el generoso compartir sin intereses mezquinos y en la gracia de una tranquila y armoniosa convivencia. La verdadera amistad es algo así como la más íntima, directa y completa expresión de democracia del corazón.

En los grandes amigos tenemos no sólo comprensión, ayuda y compañía sino algo que cada vez resulta más difícil y es solidaridad para nuestros sueños. Porque la vida es algo más que dinero y glorias pasajeras. Algunas veces la máxima riqueza son nuestros sueños secretos. Y más que en lo material, que puede ser deleznable y fugaz, en los sueños radica nuestra propia grandeza. Los amigos, pues, se conocen mejor cuando, con su energía positiva, nos ayudan con nuestros sueños. De ahí que es bueno tener muchos, muchísimos amigos. Aunque deben escogerse bien, casi con lupa, porque en ocasiones se nos filtra uno que otro malandrín disfrazado.

Hay una canción famosa que dice desear tener un millón de amigos. Ese sería el ideal. Un millón de amigos viviendo, soñando y compartiendo con uno. Eso es imposible, por supuesto, en personas comunes y corrientes. Sin embargo, nada perdemos con intentarlo. Soñar no cuesta nada y a veces nos hace felices.

Las displicentes ideas de que es mejor estar solo que mal acompañado y de que el buey solo bien se lame son una estupidez. Solo los santos de antaño podían vivir aislados y eso por motivos de oración y sacrificio. El hombre normal no, pues es un ente social y necesita de los demás para su propia supervivencia.

Que vivan los amigos. Que vengan los amigos. Que se multipliquen los amigos.

Nota:Esta columna dejará descansar a sus pacientes lectores durante las próximas tres semanas.