HORACIO GÓMEZ ARISTIZÁBAL | El Nuevo Siglo
Domingo, 18 de Diciembre de 2011

 

Espíritu del caldense

 

En Colombia, gracias a las montañas que a la vez separan y unen, hemos tenido la fortuna de vivir girando en torno de un punto único. Cada región posee un centro de suficiente entidad para que la vida en provincia tenga su sentido y su valor.

El espíritu batallador del caldense le ha dado seguridad sobre sí mismo. No le teme a la competencia. Le teme a no ser competente. La región arriscada, de pocas planicies y abundantes serranías, no le permite como a los llaneros, costeños o vallecaucanos solazarse en extensiones planas de inmensa dimensión. Los pueblos y las ciudades se han levantado en plena falda de la cordillera. La bravura de la tierra ha contribuido a la recia personalidad de sus gentes, al amor a la propiedad que da autonomía económica, base de la autonomía personal.

En Caldas las montañas se lanzan con ímpetu hacia el azul y de pronto se paralizan en este vuelo majestuoso de sus moles y se quedan allí, recortadas, con ansia de mayor elevación; los ríos quieren desbordarse y anegar los contornos, pero sus aguas aprietan en caudales angostos y se precipitan veloces como caballos desbocados. El alma del caldense, como buen hijo antioqueño, aunque ama entrañablemente su terruño, a veces sale a probar suerte en otras latitudes.

Tiene gran capacidad de penetración y es frecuentemente fundador de empresas culturales, económicas, financieras, académicas, quijotescas. No le teme a nada, ni a nadie. En los momentos cruciales no vacila. El caldense lleva muy adentro, en la entraña misma, una gran fuerza de creación y de expansión. Apegado a la tierra como la madre de caracol a su escondite, no abandona jamás el anhelo fundamental de tener su chagra, su corral o su casa y con un sentido del ahorro que a veces va hasta extremos de avaricia explicables, fruto histórico de cruzamientos judíos, pues el hebreo se siente rico mientras guarda y el gitano se cree rico en cuanto gasta, almacena para la descendencia todos sus esfuerzos heroicos con un sentido de la economía. El caldense, en cuanto a los bienes, dice que es un simple administrador, pues son para los hijos cuando muera. Muchos caldenses han protagonizado grandes movimientos colonizadores en los Llanos Orientales y el Magdalena Medio. Por eso se dice que son fundadores de pueblos.

A veces la dureza de la vida hace al caldense hosco y bravucón. Pero él todo lo mezcla hábilmente con su sentido religioso. Tranquilamente afirma que el que peca y reza empata. Al atardecer, con su familia entona letanías y padrenuestros. En el circo humano y callejero donde se enfrentan todas las pasiones y todos los apetitos se despedazan, él lucha con coraje  y hasta se juega la vida. Pero al llegar a su hogar recupera el equilibrio y se porta con ternura y espíritu bonachón. En su casa es un niño grande, hospitalario y magnánimo. Parte el pan con el peregrino y se le entrega por entero en perfecta dádiva.