Matones y matoneo
En el colegio Luis Ángel Arango Sede A, ubicado en la calle 23G con carrera 103 ocurrió la más reciente, y lamentablemente no será la última, tragedia del matoneo escolar de que ahora son víctimas y victimarios los estudiantes de cualquier estrato, edad o grado escolar. Un pequeño de 14 años que acosaba a uno de 13, no sólo se limitaba a eso, sino que además amenazaba a sus compañeros con que “su papá les da plomo”. Las agresiones obligaron a la madre del menor a recogerlo todas las tardes a la puerta del establecimiento o en su lugar lo hacía un hermano de 22 años.
El 13 de septiembre último cuando el hermano mayor acompañaba al menor, un hombre le disparó al niño de 13, matándolo en el acto, e hirió a su hermano de un disparo en la espalda cuando huía para pedir ayuda. El asesino es el padre del menor de 14 años que de esa manera cumplía la palabra de su nene y le “solucionaba” los problemas escolares con algunos de sus compañeros.
Lo asombroso no es sólo que un adulto intervenga tan violenta y drásticamente para respaldar las actividades de matoneo de su hijo, sino que el autor de los disparos se encontraba en libertad condicional de una condena por homicidio, y tiene un extenso prontuario por otros delitos. Si ello es así, tal como lo destacó la Juez de la audiencia, algo anda mal cuando la ley y la judicatura no exigen el cumplimiento total de la pena a quienes son reincidentes.
Y tampoco deja de asombrar que dentro de esos mismos hechos, la Fiscalía haya imputado adicionalmente lesiones personales y no tentativa de homicidio agravado, como si un disparo en la espalda en contra del acompañante del niño al que acaba de matar el autor de ese disparo no tuviera evidente intención de matar. Por ese tipo de conmiseraciones o de equivocaciones es que esa clase de personajes sale rápidamente de la cárcel a seguir matando.
Algo anda mal, no sólo en un sistema carcelario que no evalúa suficientemente los resultados de su “tratamiento” penitenciario y en uno legal que no sanciona la reincidencia, sino en una sociedad que repite, como en el drama de Sísifo, todas sus tragedias en un círculo infernal que nadie logra romper. En este caso, detrás del drama del niño muerto y su hermano herido, está la de un padre que no encontró mejor forma de proteger a su niño que matando a sus rivales y la de ese menor que lo atrajo a su conflicto.
En otros estratos o niveles académicos los padres son igual de encubridores, aunque de maneras más sutiles o más socialmente aceptadas. El que dispara por mano propia, a veces es porque no tiene para pagarle a otro que dispare por él. O porque no tiene abogados que le encubran a su “nene” del homicidio que presuntamente cometió o médicos que lo saquen del embarazo indeseado o peritos que le conviertan homicidios en suicidios.
@quinternatte