Lápices alzados
Como en las mejores épocas del movimiento estudiantil en Colombia, los estudiantes se han tomado las calles para protestar en contra de una pretendida reforma educativa que ellos han identificado como un atentado contra la educación pública y como la tentativa de clausurar por asfixia económica las escuelas, colegios, institutos y universidades públicas.
Las protestas no sólo han sido multitudinarias, sino organizadas a un extremo tal que desde las trincheras de esa derecha recalcitrante que es tradicional enemiga de la educación pública y, sobre todo, de los estudiantes de la universidad pública, señalan esa circunstancia como sospechosa e indicativa de poderosos intereses tras la movilización.
El momento que se vive con las marchas y las consecuencias de las mismas, ha creado una coyuntura verdaderamente histórica. Los factores que han contribuido a semejante situación son diversos, pero algunos fácilmente identificables. El talante liberal del Presidente de la República y de la Alcaldesa Mayor de Bogotá ha evitado cualquier confrontación de la fuerza pública con los muchachos, permitiéndoles llenar las calles con sus protestas. En buena hora las autoridades nacionales y las locales han desoído los consejos autoritaristas de quienes siempre han criminalizado la protesta social y ahora reclaman, como en los viejos gulags soviéticos, la electrocución de los inconformes.
Las pretensiones de los estudiantes son tan atractivas, que hasta los medios de comunicación tradicionalmente aliados de las posiciones oficiales les han abierto canales y emisoras para que expongan sus puntos de vista. Tal vez por esa difusión, o porque la causa es manifiestamente justa, o porque todos tenemos velas en este entierro, es que a las marchas se han unido padres de familia, profesores y hasta rectores. Cómo será el asunto que hasta un amigo del Esmad me reconoció que los “pelados tienen razón”.
Es obvio que si había un pulso con el Gobierno, los estudiantes lo ganaron, pues obtuvieron del presidente Santos el compromiso de retirar esta reforma, para escuchar sus propuestas en vez de sus protestas. Y es ahora, entonces, cuando surge para el movimiento estudiantil el compromiso histórico de consolidar ese triunfo para obtener una verdadera reforma educativa que, valga decirlo, no se hace con las frases efectistas de las marchas, sino con propuestas concretas y viables tanto económica como socialmente.
En el modelo de educación que defina la sociedad colombiana, nos jugamos nuestro futuro como nación próspera y equitativa. Es obvio que las elites prefieren modelos que nos llenen de nicolasitos uribitos o de juanmanuelitos acevedos, políticamente correctos y convenientemente alineados y por eso a quienes se salen, o por lo menos intentan hacerlo, de ese molde tradicional, los estigmatizan llamándolos revoltosos, subversivos, o, mínimo, hiperactivos.
Pero como no sólo de alienados puede vivir una sociedad, es urgente construir un sistema educativo fundado sobre la calidad, que necesariamente debe producir ciudadanos críticos, inconformes y libres, capaces de vivir en una sociedad que no los criminalice sino que al contrario los admita y estimule como único mecanismo de avance social, económico y político.
@quinternatte