HUGO QUINTERO BERNATE | El Nuevo Siglo
Martes, 20 de Agosto de 2013

Maltratos al aire

 

La semana pasada las redes sociales daban extensa cuenta de que Laura Gil, una comentarista especializada en derecho internacional cuya voz  se escuchaba en “Mañanas Blu” de Blu Radio, había renunciado a sus labores allí. Como la versión que circulaba era la de la censura, el director de la emisora la obligó a salir al aire a rectificar. Ella lo hizo, aclaró que no era un problema de censura, sino de maltrato. Y señaló a su maltratador: Felipe Zuleta Lleras.

Lo primero que sorprende del incidente es el absoluto silencio que reconocidas feministas o activistas de todos los asuntos de género han mantenido al respecto. Esa asombrosa velocidad con la que reaccionan cada vez que a algún político se le va la lengua contra el género o con la que salen a increpar al Procurador o a la Jerarquía Eclesiástica, ahora no aparece. Se ha trocado en un alarmante inmovilismo, que más bien parece de franca y clara solidaridad con el maltratador.

Lo segundo es la actitud del periodista acusado por la señora Gil de haberla maltratado. Ni una disculpa. Ni una excusa. Simplemente refiere que el tono de los debates es acalorado y que “cada uno percibe las cosas como las quiera percibir”, mientras que el director del programa, quien ya había recibido quejas en privado sobre el comportamiento de Zuleta, se limitó a calificarlo de simples “desacuerdos”.

El audio colgado en la página web de la emisora, en el que aparecen las versiones de cada uno de los involucrados, recuerda al de cualquiera de los que uno oye en los colegios o en los juzgados, cada vez que se discuten casos de matoneo o de violencia intrafamiliar.

Los niños o las mujeres víctimas de los matones de colegio o de sus parejas, respectivamente, siempre han cubierto los mismos pasos que recorrió Laura Gil: una queja ante el director de curso o ante el comisario de familia. Allá como en Blu Radio, siempre hay algún directivo escolar o funcionario público, dispuesto a minimizar la agresión y a responsabilizar a la víctima.

Las autoridades escolares argumentan que el niño tiene que dejar tanta sensibilidad y afrontar con fortaleza lo que seguramente fue solo una chanza. Que la mujer no puede leer maltrato en lo que es la voz enérgica de los varones, es lo que dicen las judiciales. El maltratador se esconde detrás del argumento de que él es así. El maltratado tiene que aguantar o largarse.

Es muy mal ejemplo pedagógico el del medio de comunicación y los periodistas involucrados en ese incidente. Si una persona percibe que la maltratan y lo denuncia públicamente es muy probable que así esté ocurriendo, y lo menos que se esperaría del acusado del maltrato, es  la consideración de advertir que pudo haberlo hecho, así fuera inconscientemente.

Agregar a la agresión y al maltrato, la arrogancia del victimario, es una forma de revictimización habitual, pero más condenable aun cuando proviene de alguien que tiene el deber moral de ser más tolerante por pertenecer a una minoría perseguida, ser liberal y hacer ostentación de su condición de “canadiense”.

@Quinternatte