HUGO QUINTERO BERNATE | El Nuevo Siglo
Martes, 7 de Febrero de 2012

Descarados

En las últimas semanas las Farc han hecho gala de la más vieja de sus tácticas, al combinar en muy corto tiempo todas sus formas de lucha, aunque ya no se pueda saber por qué luchan o contra quién se supone que lo hacen.
Empezaron hablando de negociaciones y proponiendo acuerdos de paz, portándose así como una organización presuntamente política; a continuación ilusionaron al país y a las víctimas, mostrando que probablemente aún tienen algún sentido humanitario, al anunciar la liberación de algunos de los secuestrados que mantienen desde hace más de 10 años en condiciones ignominiosas en algún lugar de las selvas colombianas; siguieron con un despliegue militar en el que lograron copar las fuerzas de la Policía Nacional y destruir un radar e instalaciones de comunicación que estaban en el cerro Santa Ana en el departamento del Cauca; y terminaron con ataques del más puro y duro terrorismo afectando a la población civil de Cauca y Nariño.
Nadie sabe cuál es la verdadera cara de ese grupo armado ilegal. Si la que pretende aparentar de ser una organización insurgente capaz de tener mando unificado y de realizar operaciones militares; o la de una simple banda de enajenados que delira con ingresos triunfales a la Plaza de Bolívar de Bogotá, probablemente acaballados en los hombros de los secuestrados civiles y de la Fuerza Pública con cuya suerte juega a diario; o, una estructurada banda criminal más interesada en el control del narcotráfico y de cuanta actividad ilegal lucrativa exista, que en las reivindicaciones sociales con las que autojustifica sus desmanes.
Probablemente lo que pasa es que las Farc no tienen una sola cara, sino varias y muestran cada una a voluntad de sus jefes o a necesidad de sus intereses o las exhiben todas de manera impúdica porque lo único claro es que lo que si no tienen es ni la mínima vergüenza.
Sin embargo, hay una cara que últimamente están mostrando muy frecuentemente: la de terroristas. No solo ahora en Villa Rica y Tumaco, sino antes en El Nogal en Bogotá, o varias veces en Neiva, las Farc se han dedicado, al mejor estilo de Pablo Escobar, a poner bombas en sitios donde el blanco es la población civil indefensa y el único propósito es, como dice el Código Penal, crear o mantener en estado de terror o zozobra a la población.
Pero a diferencia de otras bandas terroristas, como ETA, por ejemplo, las Farc nunca reivindican sus atentados, sino que cobardemente callan sobre su autoría, sin que nunca se haya sabido si es por la poca vergüenza que aún les queda o por simple estrategia política.
Pero cualquiera sea la razón, lo que sí resulta claro es que cada atentado terrorista contra la población civil, no hace sino llenar de razones a quienes desde el establecimiento reclaman soluciones estrictamente militares. Tal vez ese es su verdadero propósito. Y eso sea lo que los viejos comunistas llamaban “la agudización de las contradicciones”.