HUGO QUINTERO BERNATE | El Nuevo Siglo
Martes, 28 de Febrero de 2012

Los impostores

El caso de un individuo que sin ningún título profesional se mantuvo vinculado durante más de 10 años como Psiquiatra del Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, rindiendo dictámenes “científicos” y conceptos que jueces y fiscales usaron para definir asuntos civiles y penales, no es el primero que ocurre en Colombia, ni será el último.
De farsantes y timadores están llenos el planeta y el país y de eso dan fe la literatura, el cine y la ópera, aunque el nuestro parece terreno abonado para los impostores de toda laya. Algunos lo son por pura ambición, otros por física necesidad, a otros les tocó ser y los más son simples aprovechadores de la ingenuidad ajena.
Bram Stoker, más conocido por ser el autor de Drácula, tiene una pequeña obra llamada Famosos Impostores, en la que relata varios de los casos que considera más importantes, casi todos signados por la ambición y la maldad. Otros, de pura necesidad, pueden hallarse en el cine, como esos bellísimos ejemplos de un hombre obligado a triunfar como mujer -Tootsie- o su viceversa que es la no menos bella “Víctor Victoria”. Hay otros, como el que cuenta Julio Ramón Ribeyro bajo el título La Insignia, sobre una impostura impuesta a un hombre, que por ponerse en la solapa un escudo que encontró en la basura, termina siendo arrastrado por los hechos a presidir una extraña organización de la que nunca sabe a qué se dedica o qué es lo que hace.
En el plano nacional, hay casos tan sonoros como el del “Embajador de la India”, que dio hasta para película relativamente exitosa y que muestra cómo la ingenuidad de ciertas comunidades es fácil presa de timadores intencionales o que simplemente terminan aprovechándose de confusas circunstancias.
Probablemente la credulidad nacional provenga del síndrome del descubrimiento que desde entonces dejó fijada en la genética nacional esa creencia tan colombiana (y sobre todo tan femenina) de estimar que todos los extranjeros son ricos y exitosos. Si nuestro ingreso a la “civilización” data de 1492 es indudable que empezó como una gran impostura, pues los barbudos, malolientes y violentos conquistadores no solo se presentaron como enviados de su Dios, sino como supuestos seres “civilizados”.
Y así continúan presentándose, no solo ellos, sino todos los que hablan de una cosa y practican otra. De farsantes está lleno el país. El siquiatra falso es el último que ha sido descubierto, pero no es el único que anda por ahí. Hay más funcionarios que tienen el cargo, el poder y hasta el conocimiento, pero nunca ejercen la función. Conozco muchos cuya única meta en la vida es dejar que los días pasen para completar el mes y que los años transcurran para obtener la pensión. Jueces que no juzgan, policías que no protegen, ni sirven, profesores que no enseñan y políticos que ya ni prometen.
Todos esos miles de impostores son la plena prueba del principal defecto del servicio público: no castiga los malos, ni premia los buenos, que también los hay.