Hugo Quintero Bernate | El Nuevo Siglo
Martes, 24 de Noviembre de 2015

 

El miedo nunca crea lealtades

 

ARRECIFES

 

No me respaldes

 

En  medio del escándalo que lamentablemente enfrenta el defensor del Pueblo Jorge Armando Otálora por el supuesto adelantamiento de conductas abusivas contra personal subalterno de la institución a su cargo, han surgido oportunistas de todo tipo para realizar el conocido adagio popular de “al caído caerle”. 

Más allá de la objetividad de la totalidad de las denuncias o del contexto en que hayan ocurrido los hechos como para poder atribuirles significación jurídica, lo que sí causó sorpresa fue la publicación de una carta de respaldo publicada por la emisora La FM y atribuida a una supuesta funcionaria de prensa de la Defensoría.

La perplejidad surge del contenido del escrito que opta por no negar los hechos que han sido denunciados, sino por minimizarlos, justificando que a los subalternos se les trate mal bajo el supuesto de que “el colombiano promedio debe sentirse bajo presión para dar lo mejor de sí” para a renglón seguido parecerle gracioso “que la gente se sienta humillada o ultrajada porque les digan brutos y estúpidos”.

Muy poco agradecido debería estar el jefe de la señora que suscribe semejante carta. Eso no es una defensa, sino la confesión de una delicada patología que estima como legítimas conductas que se acercan peligrosamente a la descripción de la Ley 1010 de 2006 que regula el tema del acoso laboral en Colombia.

La justificación que se hace de la agresión verbal o de la física en contextos de agresión es parte de la problemática nacional que impide la solución estructural de la violencia. Cada mujer que excusa los golpes de su marido porque la cena estaba muy caliente o muy fría o de una tibieza ofensiva, no hace otra cosa que dilatar la solución del problema. Cada que la víctima cierre un motivo de agresión, el victimario aducirá otro, real o fingido. Para el agresor la violencia no es un castigo, es su placer.

Justificar el maltrato de los jefes sobre la base de un supuesto éxito de la gestión que se les ha encomendado es una trampa. Cualquier persona que acepte un cargo de dirección sabe que un buen directivo es aquél a quién sus colaboradores respetan. Y el respeto,  es la oscilación natural entre el temor y el amor.

Las grandes organizaciones privadas fundan su éxito en la felicidad de sus empleados. Apple o Daimler AG (Mercedes Benz), Alpina o Argos, son sitios donde los empleados aman trabajar.

El miedo puede que sirva para mantener algunas mentes atadas, pero nunca crea lealtades. En cambio cuando la gente hace lo que le gusta y dónde le gusta, produce más que estadísticas, produce felicidad.

@Quinternatte