Reviso las titulares de prensa de la semana pasada y clamo al dios del río Cali por una buena dosis de idiotismo que me permita trasegar con éxito este último tramo existencial.
La idiotez ha hecho metástasis, ha permeado casi todos los ámbitos de la vida pública y se ha vuelto rentable gracias a las descriteriadas redes sociales y al afán mercantil de la gran prensa, más ocupada en la fugacidad de la información que en la verdad.
Si ello no fuera así, habríamos tenido el coraje de ponerle bozal al odio y la valentía de negar tribuna a quienes con su ignorancia y visceralidad contribuyen a la desazón nacional. Porque en estos tiempos mientras más estúpido, tonto, bobo, necio, cretino o imbécil pueda uno ser, más caja de resonancia encuentra. No de otra manera se explica uno que ante la ocurrencia de cualquier hecho las voces consultadas sean Maureen Belky Ramírez, alias Marbelle (epítome del transfuguismo social), los youtubers Jonathan Ferney Pulido, alias Jota Pe Pulido y Miguel Polo, a quienes sus respectivas curules en el Congreso no los ha desasnado porque al final son tan parecidos a Yeferson Cossio o a Carlos Mauricio Gómez, alias La Liendra, ocupados solo en obtener seguidores.
“Algunos nacen idiotas, otros aprenden a serlo, otros se hacen los idiotas y tratan de convencernos”, cantó Calle 13 en su álbum Multiviral y podría seguir haciéndolo, ya que la idiotez aún tiene vigencia y pertinencia. El idiota está informado, cómo no. Pero no comunicado, porque la comunicación es inteligencia, inter legere, escoger entre varias opciones, saber leer entre líneas, de manera libre; pero sin contexto y sin profundidad, información es lo que hay, gracias a la dictadura de la transparencia.
Hacerse el idiota siempre ha sido una función de la Filosofía afirmó Deleuze en su famoso Curso sobre Spinoza; pero una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Cuando los seres pensantes nos hacemos los idiotas es para sobrevivir o por hastío porque no vale ya la pena discutir cuando se ha perdido la capacidad de razonar y de dialogar; en cambio los idiotas a quienes les hemos dado micrófono y altavoz quieren convertir lo absurdo en la fuerza más poderosa; estamos dejando que su estulticia moldee o modele la opinión política de una generación digital a la que los algoritmos han convertido en un ejército de zombies que tragan entero, regurgitan las verdades de otros, sin límites porque los desconocen.
Mirado desde la Filosofía del Límite, un camino epistemológico que se empezó a trasegar con el español Eugenio Trías, “todo hombre es un ser relacional que se abre desde dentro hacia fuera”; y como la toma de decisiones tiene un inmenso componente emocional, es en la sabiduría del corazón que cada cual trasciende su propia finitud y pone límites a su comportamiento advirtiendo si es necesario parar, retroceder o detenerse.
Pero qué sabiduría puede haber en el corazón de quien acolita el acoso a una menor porque no son sus hijas sino la de Petro, o en el de aquellos influencers de pipiripao que celebran la muerte de Piedad Córdoba, una congresista tan honorable parlamentaria como ellos, así haya militado en causas inentendibles y en otra orilla.
Sin límites no hay democracia. Y con idiotez, menos.