SE dice que igualdad es la "condición o circunstancia de tener una misma naturaleza, calidad, valor o forma; o de compartir alguna cualidad o característica".
El Artículo 13 de la Constitución Política de Colombia, establece que "todas las personas nacen libres e iguales ante la ley. (...) sin ninguna discriminación por razones de sexo, raza, origen nacional o familiar, lengua, religión, (...)".
Y cuando se habla de salario, también existe la norma mediante la cual se establece que éste debe ser igual entre trabajadores que desempeñan idénticas labores con igual preparación e idénticas responsabilidades. Entendiéndose que aplica tanto para las mujeres, como para los hombres, pues ya vimos que ante la ley somos iguales.
Entre tanto, si “un colectivo tiene privilegios por encima del otro, despreciando los derechos de este último", a eso se le conoce como desigualdad.
Entonces, siendo iguales en derecho, ¿por qué en la práctica unos o unas, son más que otros u otras?
En principio podria decirse que se trata de una razón puramente “accidental”, pues quien está mejor situado considera “legítima” su posición privilegiada, como resultado de un “mérito”...Así lo define Max Weber en su obra Economía y Sociedad, lo cual se presenta indistintamente, sin importar el género.
Por consiguiente, intentar emular a alguien e incluso superarle, requerirá de todas formas, de factores, económicos, sociales, políticos, hasta raciales o religiosos, como de alternativas y oportunidades, privilegio que no todos y todas tienen por igual; siendo ésta una razón que influye en un equilibrio real.
Dicen los especialistas en estrategia laboral para la competitividad de las organizaciones, que: "es el propio individuo quien debe participar de manera activa en su propia formación, aprovechando al máximo sus experiencias; clave no sólo para desarrollar las competencias existentes, sino también para adquirir otras nuevas.". Siempre que tenga la oportunidad de hacerlo, diríamos nosotros; y de esa manera poder demostrar sus capacidades ante la complejidad de las situaciones que le toque manejar.
Así las cosas, ser competitivo en unos casos más que en otros, es cuestión de individualidad, de habilidad, de aptitud y por supuesto de conocimientos y experiencia, no necesariamente de género.
El feminismo ha conseguido propiciar cambios en favor de la igualdad, pero aún falta por lograr la verdadera igualdad en la convivencia.
Eliminar comportamientos recíprocamente dañinos como la violencia intrafamiliar, la humillación, el acoso y la agresión, tanto del hombre hacia la mujer como de ésta hacia él.
Afirmamos esto, como una realidad que pasa inadvertida, y sobre la que la diputada española Teresa Giménez Barbat, expresó hace pocos días: "a los eurodiputados se les atraganta que exploremos sobre la agresividad de la mujer hacia el varón”, siendo igualmente una conducta reprochable.
En síntesis, la igualdad de derechos y deberes debe pregonarse en contra de las reacciones puramente emocionales y de bajos instintos.
Igualarse por lo alto, no por lo bajo; no para empeorar, sino para ser cada vez mejores.
Los méritos no se mendigan, se lucha por conseguirlos, siempre que las reglas de juego sean claras y las oportunidades se brinden con equidad.