Aunque se nos suela olvidar, estamos hechos de amor. El amor entendido no sólo como la emoción humana, sino como la fuerza vital que habita en todo lo que existe. Es precisamente de tal fuerza que se derivan los sentimientos de afecto profundo, cariño y empatía entre las personas, sin que en realidad podamos afirmar cuál amor es más grande, pues es algo tan subjetivo e íntimo que solo cada quien puede reconocer su intensidad y solo cada quien decide si compara o no la calidad de los diferentes afectos que siente hacia los seres que ama. Si nos acordásemos más a menudo de que estamos hechos de esa fuerza, que nos sostiene, nos nutre, nos da la estructura de la vida, podríamos afrontar de mejor manera esas situaciones que nos ponen en jaque, las crisis de diverso orden que atravesamos a lo largo de la vida. El amor es la luz que nos permite ver con mayor claridad el camino.
El amor no se va nunca, somos nosotros los que dejamos de reconocerle. Muchas veces pedimos a Dios, cualquiera que sea nuestra comprensión sobre la Divinidad, que nos dé fuerza, que nos aumente la fe, que no nos abandone, y otra serie de solicitudes que hacemos cuando nos hemos desconectado de la fuerza del amor. ¡Estamos llenos de amor desde el mismo instante de nuestra concepción! Independientemente de los hechos alrededor de ella, recibimos la fuerza del linaje materno a través de la entereza del óvulo y, la del linaje paterno manifiesta en la tenacidad del espermatozoide. Somos gracias a la fuerza del amor, que es el que nos permite acrecentar la fe, desarrollar nuestra voluntad, alcanzar la serenidad. Esa fuerza ya está dada, nuestra responsabilidad es reconocerla, integrarla y administrarla; nuestro trabajo, tal vez el más importante de todos, es mantener activa la conexión con ese amor esencial. No es un asunto romántico, es un tema de consciencia de la fuerza en cada molécula, cada tejido, cada órgano, cada neurona, cada centímetro cuadrado de piel, cada cabello.
Desde la física cuántica sabemos que la luz es onda y partícula. También sabemos que el amor de Dios es luz, representado pictóricamente como ella en todas las tradiciones sagradas de sabiduría. Y como las ciencias de frontera y la espiritualidad se tocan, podemos comprender que esa luz amorosa es un conjunto de ondas, con las cuales nos podemos sintonizar o no. La enfermedad, los accidentes, las agresiones, las depresiones y bloqueos ocurren cuando hemos dejado de vibrar en la misma longitud de onda del amor, cuando perdimos sintonía. La maravillosa noticia es que podemos restablecer la conexión, podemos iluminar nuestros sufrimientos con la luz del amor. Este es el qué; en la siguiente columna miraremos los cómos.