A falta de oficio, desempolvo mis libros. El azar o la necesidad ponen a simple vista Ética para Amador, el célebre libro que Fernando Savater le escribió a su hijo cuando este era pequeño para mostrarle que la Ética no era como en el trabalenguas infantil: … una gata ética, pelética, pelenpenpética, pelada, peluda, pelenpenpuda, tuvo siete gatos éticos, peléticos, pelenpenpéticos, pelados, peludos, pelenpenpudos.
Savater dice que ética sin libertad no es posible; tampoco la libertad sin criterio. Porque cuando esto ocurre, ya no somos éticos sino imbéciles. Parece otro trabalenguas. Pero no. Un imbécil es algo así como lo que aquí, en mi amada Cali, llamamos un “vivo bobo”.
En este país donde se vive A salto de mata (desordenadamente, sin plan, cogiendo la ocasión que se presenta), para usar un título de Paul Auster, trato de entender lo que pasó hace ocho días en la vereda Bocas del Manso, en Tierralta, Córdoba, cuando un grupo de militares intimidó a los habitantes del caserío, en una siniestra performance, con disfraces no de guerrilleros sino de disidentes de la guerrilla (la representación de la representación), un vulgar remedo que le sirve de combustible a esa polarización ciega que en víspera electoral quisiera mostrar que con Petro todo está perdido.
Los humanos obramos por tres motivos; las órdenes, las costumbres o los caprichos. Las órdenes hacen que nos movamos por un castigo o por una recompensa. Las costumbres se actúan sin pensar y de manera casi automática y los caprichos son la ausencia de un motivo, simplemente porque a uno le da la gana.
Que la incursión de los 24 los militares (un oficial, dos suboficiales y 21 soldados) en El Manso fue un espectáculo motu proprio de creatividad, la secuela del ocio dominical o la descomposición de las manzanas podridas, ya se verá. Pero desde la ética uno no puede ser tan imbécil de creer que fue una representación pre-Halloween; el metalenguaje habla a gritos.
Lo dijo Petro y concuerdo con él: “No era un mensaje a los pobladores humildes de El Manso (...), el mensaje era para la sociedad para decirles este gobierno está hundiendo a Colombia en el desorden, en el caos, hay que poner orden”.
En las órdenes, la costumbre o el capricho, hay que explicar los motivos de lo ocurrido en El Manso. Las primeras, son siempre superiores así no estén ligadas con el bien superior, que para Colombia es la paz, con adjetivo o sin él; no han entendido que la paz total de Petro es colofón de la de Santos.
Costumbre, porque lo que pasó en esa desconocida vereda cordobesa puede ser el principio de un regreso a un pasado doloroso y sangriento en esos territorios donde la presencia del Estado escasea y el paramilitarismo se camufla en el discurso de la defensa propia. Una resurrección y revalorización de capítulos nefastos de nuestra historia aún no superados.
Capricho, porque aupados por la narrativa de una oposición tan visceral frente a Petro que, como en La Gota Fría, “Me lleva él o me lo llevo yo /pa' que se acabe la vaina” no les importa si en medio de la pugna al que se llevan por delante es a un país entero.
De eso se trata la imbecilidad ética.