Si algo ha acompañado la existencia es la impermanencia, esa condición de la materia que hace que todo mute a cada segundo y que la vida no sea la misma hoy que mañana, aunque a veces los cambios sean impercetibles. Por estos días de anuncios de los galardonados con el premio Nobel, amerita recordar a Werner Heisenberg, quien en 1932 y a sus 31 años obtuvo el Nobel de Física. Uno de los grandes aportes de este físico alemán fue el principio de incertidumbre o indeterminación, de acuerdo con el cual no se pueden medir en forma simultánea ni con total precisión la posición y la velocidad de una partícula. Esto, aunque suene muy complicado, es algo que vivimos todos y que podemos extrapolar a todas las dimensiones de la vida: solo sabemos que lo que estamos viviendo ahora va a cambiar, aunque no sepamos cómo ni cuándo. Así es.
Hay personas que se relacionan mucho mejor con la impermanencia de los estados vitales que otras. Mientras que unos presentan poca resistencia a los cambios y se adaptan con cierta facilidad a las nuevas circunstancias que plantea la vida, otras personas hacen grandes crisis con un cambio, por pequeño que éste sea. Lo cierto es que nada permanece como está y en realidad el único “para siempre que existe” es la transformación, al menos desde lo que comprendemos hoy. En la vida concreta, todo esto tiene que ver con nuestros apegos, sean estos físicos, emocionales, cognitivos e incluso espirituales.
Los apegos son ideas que tenemos ancladas en nuestra mente. Cada quien tiene sentipensamientos que considera inamovibles, que no negociaría por nada. Sin embargo, en la impermanencia de la vida nos vemos en la necesidad de replantearnos si eso que hemos sentido, pensado y hecho sigue siendo útil hoy. Por ejemplo, detrás del acto de fumar hay apegos: a la tradición porque nuestros padres lo hacían, a un sentimiento de rebeldía en la adolescencia, a una forma de sentir placer. Es posible que sigamos fumando hasta la muerte, que puede estar causada no por alguna afección pulmonar sino por un accidente automovilístico; precisamente la muerte hace que ese apego cese, que fumar sea un hecho impermanente. También puede ocurrir que quien se enferme sea una persona cercana; entonces, por amor a ella, dejemos de fumar, soltemos la idea del placer en esa forma y encontremos otra.
Nos apegamos a pensamientos y emociones de victimización, culpa, pobreza, indefensión, invulnerabilidad o éxito a toda costa. Pero la vida, con sus subidas y bajadas, nos va mostrando que tales apegos son solo ideas, que podemos cambiar a medida que las circunstancias que emerjan en medio de la existencia lo ameriten. Cuando nos dicen que algo durará toda la vida hace falta una pequeña acotación, que no por su longitud es de poca relevancia: mientras la vida sea como es ahora, pues puede cambiar en cualquier momento. Abracemos la incertidumbre. Es una condición retadora para reinventarnos cada día en medio de la impermanencia.