Es común entre quienes realizan una obra en el sector público, salir a reclamar el aplauso del público y así justificar su paso por determinado cargo. Peor aún, cuando se buscan réditos económicos a título personal, como lo hacen personas inescrupulosas que se lucran de la política.
También hay conflicto cuando quien corta la cinta es uno distinto a su autor. Veamos:
Una obra requiere de varias etapas que van desde concebir la idea, hacer los estudios previos, elaborar el proyecto y presupuestarlo, financiarlo, licitarlo y adjudicarlo hasta su ejecución total, lapso dentro del cual es factible transcurran varias administraciones. Proceso que debe asimilarse sin egoísmos y entenderse como el resultando de una labor integral de varias áreas y disciplinas del sector público, cuyas competencias están claramente definidas y reglamentadas. Cabe señalar entonces, tratándose de recursos públicos, que estos son de los contribuyentes a quienes desde el punto de vista práctico lo que les importa es la obra, independiente de quién la haya hecho. La época de las placas y monumentos conmemorativos ya pasó.
Hoy, dentro del marco de la administración participativa, debe cumplirse con rigurosas normas de contratación y de veeduría ciudadana. Entre tanto, todavía hay mandatarios que se disgustan reclamándolas como propias. El Túnel de Oriente en Antioquia, por ejemplo, fueron varios quienes salieron a reclamarlo como suyo. Ahora, con el Túnel de La Línea nada raro que suceda igual, mucho más cuando se ha venido hablando de este proyecto hace 90 años. El Puente Pumarejo en Barranquilla es otro caso palpable, pues si bien es cierto fue construido inicialmente en la administración Lleras Restrepo (1966-1970), ahora que se hizo uno nuevo en la administración Santos lo inauguró el Presidente Duque. Y para no ir muy lejos, en Ibagué pasa igual; el Sistema Integrado de Transporte, ni se ha hecho y ya se discute sobre su autoría. Qué no podría decirse sobre las obras inconclusas de los Juegos en Nacionales, malogradas por la deshonestidad, la codicia y la mala fe de quienes en su momento debieron realizarlas.
Nadie puede, entonces, atribuirse méritos exclusivos por esfuerzos compartidos, y menos se puede otorgar reconocimiento alguno a quienes lo hicieron mal o dejaron de hacerlo. Lo que sucede es que políticamente esos reconocimientos se traducen en votos y es ahí donde el protagonismo y la vanidad afloran. Lo importante es una labor discreta llevada a cabo con honestidad. Desafortunadamente el espectáculo trae un plus de votos muchas veces para quienes no los merecen.