Esta crisis, como todas, llegó sin manual de instrucciones, nadie estaba realmente preparado para afrontarla, por eso es normal que se generen discusiones alrededor de cómo debemos enfrentarla, sobre cuáles deben ser las medidas económicas y sanitarias que deben adoptarse para superarla. Es normal que desde distintas posturas políticas e ideológicas se tenga una visión de país, una concepción del Estado, del individuo, de lo público y lo privado. Todo eso es válido, nadie pretende unanimidad de criterio frente a las decisiones, es fundamental una oposición seria que haga un control político exigente al Gobierno.
Esta crisis, que debería ser un factor de unidad nacional, para salir adelante, para evitar que haya hambre, para evitar que se destruya lo que millones de empresas y hogares han construido con tantos años de sacrificio y esfuerzo. Ha sido aprovechada, por un sector de la izquierda radical, para generar odio, rabia y división. Es una política sin escrúpulos, que apela a la lucha de clases, que necesita romper la fraternidad, que solo prospera en el caos, en la miseria y en la desesperanza. Que necesita propagar la enfermedad, señalando a otros de haberla causado, para después aparecer ofreciendo la milagrosa cura.
Es muy grave que un dirigente nacional, con amplísima representación política, como el senador Petro, llame a los colombianos a dejar de cumplir con sus obligaciones, a dejar de pagar los arriendos y los servicios públicos. Pero sobre todo, es preocupante su llamado a desconocer la institucionalidad, la legitimidad de las instituciones, a desconocer el resultado de las elecciones presidenciales. Eso no es oposición, es insurgencia, y no solo afecta al Gobierno, es una afrenta a la democracia misma, es el desconocimiento de la voluntad popular.
No todo vale, cuando el M-19 se desmovilizó e hizo un acuerdo de paz, que se materializó en la Constitución de 1991, -constituyente que ellos copresidieron-, sus integrantes decidieron dejar las armas y participar en democracia. Hasta hoy han honrado la palabra y han podido participar activamente en la construcción de nuestra imperfecta democracia. Pero esta crisis no puede ser la excusa para desconocer ese acuerdo. El juego democrático es así, el senador Petro perdió las elecciones y debe aceptar el resultado, ya tendrá nuevamente la oportunidad de presentarse, para que sean los colombianos los que elijan las ideas que habrán de gobernarnos en el futuro.
Mientras tanto, no podemos aceptarle su afrenta, su amenaza de incendiar al país, su método de quebrar a las empresas, de promover la irresponsabilidad individual y de generar caos. Estos son momentos para actuar con altura y responsabilidad, nuestros líderes tienen la obligación de ser ejemplo, en lugar de andar derramando gasolina sobre el polvorín.