Es interesante aquélla paradoja que reza así: “Como Dios quiere mucho a los pobres creó millones y millones de pobres; pero como Dios quiere mucho a los ricos, les entregó todas las riquezas a unos pocos”.
Otro aforismo francés hace la siguiente aclaración. “Quien no es revolucionario antes de los 25 años no tiene corazón; y quien sigue de revolucionario después de los 60 años de edad, no tiene cerebro”.
Los izquierdistas odian a los ricos, pues los culpan de todas las desigualdades. Demagógicamente creen que la inequidad se termina gritando, como decía Chávez en Venezuela: “tantos millones de dólares en cabeza de unos venezolanos, se resuelve mágicamente, traspasándoselos a los pobres…” Simplismo catastrófico. Esta política engañosa condujo al más dramático fracaso. Los empresarios, los propietarios, los pudientes, los relativamente acomodados huyeron rápida y masivamente de la nación. Banqueros, latifundistas, inversionistas, creadores de frentes de trabajo, talentosos ejecutivos abandonaron a Venezuela.
El derecho a la propiedad es un derecho connatural al hombre, como el derecho a la libertad, a pensar, a trabajar, a progresar. El populismo es pan de hoy y hambre de mañana.
Siempre el populismo se articuló bien con masas enfermas de frustración, pobreza y humillación, que, en su desesperanza se entregaron a los brazos de los falsos caudillos redentores. El populismo es manifestación de una patología social.
Lo grave de la “izquierda” es su anormal resentimiento y su ira contra los que disientan de sus ideas. La historia demuestra que son “cesareos”, lo quieren todo. Sus reformas inmediatas se orientan a acaparar todos los brazos de la fuerza pública. Los ejemplos abundan. Cuba, Nicaragua, Venezuela. Como los diseños o esquemas para gobernar son “facilitas”, se dedican a destruir, más que a construir. Para los disidentes señalan uno de estos tres sitios: cárcel, destierro o cementerio. Cuba, proporcionalmente, en su momento de auge llegó a ser la sexta economía de América Latina. Hoy es de las últimas. Nicaragua y Venezuela están por el suelo.
El despotismo de la izquierda es total. Oprime el cuerpo y la mente. El oprimido no tiene derechos ni recursos frente al opresor. No importa el signo político, ni la idea bajo la cual se ejerza el despotismo: lo que importa es la forma perversa de hacerlo, cualquiera que sea su justificación ideológica.
El derecho de los pueblos a resistir el despotismo ha sido consagrado como una de las prerrogativas humanas irrenunciables.
Todas las revoluciones del mundo se han hecho por falta de justicia.
En medio de tanta confusión, lo que más horroriza es la terquedad y la estupidez de las clases dominantes que, por codicia, ambición e intereses de grupo se dividen, facilitando a la izquierda su triunfo. Son los mismos pueblos los que se dan los “gobiernos que se merecen”. Tanta corrupción, tanta frustración, hace inviable la democracia viciada y pervertida.
Los malos sistemas no se caen, sino que se suicidan. “Que culpa tiene la estaca si el sapo salta y se ensarta”.
En América Latina proliferan más variadas experiencias. Pero no hay peor ciego, que el que no quiere ver.
No hay cuerpo que aguante mil tormentos. Dios quiera que abramos los ojos al borde del abismo.