Jaime Alberto Arrubla Paucar | El Nuevo Siglo
Jueves, 20 de Noviembre de 2014

Suspensión de los diálogos

 

Cuando comenzó el actual proceso de paz, una de las condiciones fue que no habría un cese el fuego y que las conversaciones se adelantarían en medio del conflicto, advirtiendo además que lo que pasara fuera de la mesa no tenía por qué alterar lo que se discutía en la misma. Todos entendimos la razón de esta condicionante, impuesta por el Gobierno; la opinión pública no hubiese tolerado que las Fuerzas Militares bajasen en ese momento el ritmo que traían, muy eficiente por demás, de golpear militarmente a las Farc; la gente en Colombia sentía que estábamos ganando la guerra con las bajas que se le ocasionaban al grupo guerrillero, muy especialmente a su comandancia, prácticamente relevada por la acción del Ejército.

Hoy, dos años después, con la opinión publica polarizada con los principales puntos de la negociación, principalmente el de víctimas y el de justicia transicional, cada vez que las Farc dan un golpe al Ejército o a la sociedad civil, es natural que no se entienda por la opinión pública, tan contraria actitud, por una lado negociando y por el otro delinquiendo y que se les reproche su voluntad de paz, cuando continúan secuestrando  y asesinando.

El Presidente de la República ha señalado “que conversar en medio del conflicto es la forma más efectiva para ponerle punto final a esta absurda guerra”. Yo creo que ese planteamiento era muy válido hace dos años, cuando se comenzaba y se pensaba que esto iba a durar un año a lo sumo; pero hoy, si no se observan verdaderos hechos de paz por parte de la insurgencia, la credibilidad pública sobre el proceso de negociación decae de manera creciente y lo coloca en peligro. Los colombianos observan con preocupación el asesinato de los indígenas, el secuestro de los soldados, y ahora  el del general Alzate, que algunos llaman retención militar, a la mejor expresión para una confrontación entre iguales; ello no tiene justificación de ninguna clase, es totalmente reprochable y máxime cuando se está sentado en un proceso de negociación.

El ultimátum puesto por el Gobierno de suspender el proceso mientras no liberen los secuestrados, no fue atendido por el grupo guerrillero, que se ampara en que son cosas que suceden cuando se negocia en mitad del conflicto. Difícil encontrar la salida a esta encrucijada; ni la guerrilla se va a dejar presionar, cuando sabe que procediendo de esta manera puso en jaque al Gobierno, quien tiene todas sus apuestas políticas en el  fin del proceso; tampoco el Gobierno puede echar reversa a una decisión tomada, esperada y aceptada por la opinión pública. Ojalá los países garantes tengan mejor éxito al buscar la salida a este difícil momento del proceso.

Creemos que es hora de replantear los inamovibles acordados por  las partes cuando se sentaron en la mesa de negociación; a estas alturas  y después de dos años, hay que establecer unos mínimos de actuación de la guerrilla si es que de verdad se quiere avanzar en la búsqueda de la  paz.