Jaime Pinzón López | El Nuevo Siglo
Miércoles, 25 de Noviembre de 2015

                                                

“El mito se vincula con las religiones”

MÚLTIPLES LEYENDAS

El diablo

 

El  hombre creó el mito del diablo que se vincula con las religiones. La Biblia explica que se trata del “ángel rebelde” arrojado del cielo. Durante mucho tiempo se mantuvo la versión de que el demonio poseía a los humanos y durante la Edad Media en los conventos se metía en las tazas de chocolate de las monjas para excitarlas y hacerlas pecar. En los años setenta  del siglo XX aparecieron las películas El Exorcista y El bebé de Rosemary destinadas a  asustar. El Corán, libro sagrado de los musulmanes, advierte que “los demonios deben ser vigilados”. Las leyendas son múltiples y cuando sigue el terrorismo con la toma yihadista del hotel Blu Radisson de Mali, excolonia francesa en África, que ocasiona veintisiete  muertes, una semana después de la tragedia de París, agregar el término diabólico es echar fuego a la hoguera.  

 

El suicidio como expresión política para causar daño es nihilista. Entre las permanentes menciones al diablo recalco el valor de la vida. Los responsables de la demencial violencia son  de carne y hueso. El Estado Islámico reclama la autoría de atentados ejecutados contra la población civil en su nombre, no en el del diablo. El símil con lo satánico se refleja en el desafortunado comentario del periodista que trató a Donald Trump de pobre diablo.

 

Han existido guerras por motivos políticos, religiosos, raciales, económicos, de espacio vital, de utilización de recursos naturales y afectación del medio ambiente, pero la tercera traspasa cualquier concepto anterior, para remplazarlo por una doctrina cuyo blanco es población mayoritaria, indefensa,   consciente de que es mejor la libertad que el trasegar de las células terroristas empeñadas en irrespetar la memoria global, en destruir monumentos milenarios.

 

La religión Islámica y su civilización merecen respeto, Alá -justo y misericordioso- no es el enemigo. Una guerra santa en el siglo XXI es un despropósito y los musulmanes, por fortuna, no son unánimes en que la interpretación del Corán conduzca a  la ruina colectiva. Con la idea del califato mundial, si continúa la irracional embestida, vendrán perjuicios universales irreparables. ¿Cómo con el terrorismo rampante derrocar los gobiernos, anular constituciones, alterar el ordenamiento mundial, clausurar el sistema de la Organización de Naciones Unidas y suponer que así la vida concuerda con la justicia, la equidad y la civilización? No están en juego  ideologías tradicionales. Separemos el mito del diablo, que no cabe y confunde. Lo lógico sería dialogar con los jefes del Estado Islámico, -que tampoco acredita las condiciones de Estado-, pero eso resulta imposible en las actuales circunstancias y crecen las tensiones por todas partes. Horroroso que la historia de la humanidad prosiga escribiéndose con sangre.