Las cosas por su nombre
Hay algo característico y perturbador sobre Colombia: el orden es negociable. Una simple interacción con un policía de tránsito puede tener todo tipo de resultados, como, por ejemplo, una multa por cometer una infracción, un soborno para evitar la multa, ser perdonado por el policía, o salir multado por algo como cambiar de carril sin activar una direccional.
Hay algo crítico en esa falta de orden que se extiende a todo tipo de niveles y que alimenta nuestra incapacidad de vivir juntos, en sociedad. A pesar de tener algo de entretenido, la imposibilidad de predecir el curso normal de las cosas es la semilla de la anarquía, y ejemplos tan sencillos como el del policía hacen que olvidemos llamar a las cosas por su nombre.
Escribo esto a propósito de los atentados cometidos los últimos días, y del comunicado infame que publican las Farc. Después de leerlo sólo puedo expresar mi confusión, y siento que he estado viviendo en otro país durante los últimos años.
El discurso sorprende por la afirmación cínica, según la cual el grupo de narcotraficantes nunca ha tenido como objetivo a la población civil. Después de leer eso sentí, por un segundo, que en Colombia había una realidad paralela, por un momento los civiles secuestrados y los muertos de atentados como los del Club El Nogal se convirtieron en una realidad difusa.
Ante eso sólo resta pedir una cosa a los señores de las Farc: las cosas por su nombre. Ustedes, en nombre de su ilegítima y autista lucha, son responsables de la muerte de cientos de civiles. Personas inocentes que han tenido el infortunio de perder la vida en sus atentados o en una de las miles de minas antipersona que su organización ha sembrado durante años.
La mentira de las Farc es un ejemplo de ese cáncer de interpretaciones que corroe nuestra realidad. La vida humana no es negociable, como tampoco lo debe ser la responsabilidad que ese grupo armado tiene.
El diálogo no puede ser una salida cuando uno de sus interlocutores se empeña en desconocer la frialdad con la que ha cobrado vidas civiles sin ningún asomo de arrepentimiento. Por el contrario, permitir que las Farc asesinen ciudadanos e ignoren el costo social y moral de sus actos equivale a impedir que sea el Estado quien imponga los límites del orden social.
Aceptar la mentira de las Farc termina por convertirse en la semilla de lo que, en un futuro próximo, tendremos que aceptar también a los paramilitares. Aunque llamar las cosas por su nombre puede ser doloroso, aceptar la verdad es un paso necesario en el camino de nuestra liberación.