Las lecciones del Caguán
La lectura, que al menos el 60% de los colombianos ha elaborado, sobre el proceso que se libró en la mal llamada zona de distensión, dista de la visión que presentaron analistas de las universidades de Georgetown, Los Andes y el Cinep. Entre otras razones, porque la mayor enseñanza que dejó ese lamentable episodio, fue el hecho cierto de que la guerrilla ilegitimó irreparablemente la salida política. Esos 3 años de burlas a un gobierno de mano tendida, de violencia y cinismo frente a una sociedad dispuesta a perdonar y a la espera de muestras de paz que nunca llegaron, agudizaron la memoria de frustración.
Ni entonces ni ahora, se pueden sostener los argumentos en favor de las negociaciones, a la luz de ese pasado de diálogos infructuosos, extorsiones, secuestros, homicidios o abigeatos que, incluso, no han cesado en los 42 mil kilómetros del despeje, ni en muchas zonas semi-urbanas y rurales. Ese mismo pasado que inclinó las preferencias en las urnas y que, por tercera vez consecutiva, sentó en el Palacio de Nariño a un mandato de “línea dura” contra la guerrilla, de fortalecimiento del Estado y las Fuerzas Armadas, con una política de seguridad sin claroscuros.
Y ahí está el “quid” de la segunda lección: la balanza de las fuerzas podía inclinarse hacia el monopolio de las armas del Estado. Y una vez más la barbarie subversiva presionó, esta vez, la aprobación del Plan Colombia, que encumbró la opción militar y la posibilidad de que la guerra podía ganarse en la lucha frontal, sin entregar la soberanía, sin indultos, sin concesiones. Los resultados son evidentes en la reducción de la criminalidad y, fundamentalmente, en la derrota militar y política de las guerrillas, a la espera del único camino viable: su rendición unilateral.
Pero, la presión militar no es el único cerco que tiene la guerrilla a su espalda. Los cambios en estos diez años también derivaron de la experiencia internacional, en torno de los Derechos Humanos y el DIH. Y esta es la tercera enseñanza: no estamos condenados a repetir la historia. La paz en Colombia es un asunto de los colombianos y de la comunidad internacional -como aseguraron los académicos- pero desde la óptica de la institucionalidad supranacional, para juzgar los delitos de lesa humanidad.
El cuarto legado, descansa en una premisa de la que aún tenemos que aprender: esta sociedad no puede dejarse amedrentar, por las escaladas terroristas que emprende la guerrilla para presionar los diálogos. Fue el sino que precedió al Caguán y la vigencia de la zona y vuelve a ser hoy la artimaña de las Farc en Caloto, Villa Rica, Jamundí y hasta en el Caguán.
Finalmente, y no por ello lo menos importante de la herencia del Caguán, es la urgencia de volver los ojos a la “otra Colombia”. Los 5 municipios del despeje fueron y siguen sido emblemáticos de nuestra historia de abandono estatal. Consolidar los territorios y asentar la paz, ameritan estrategias que van mucho más allá de la presencia de las instituciones militares y de policía. Apremian políticas de desarrollo rural y de reconstrucción del tejido social, que saquen a éstas y otras áreas, del ostracismo y la inequidad que sembraron las guerrillas y que hoy cosechan las bandas criminales.