JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ GALINDO | El Nuevo Siglo
Miércoles, 7 de Diciembre de 2011

 

Contra las Farc

 

Reconforta la jornada de ayer, en todas las ciudades colombianas y en muchas del exterior, cuando miles de personas salieron a las calles para protestar contra la violencia y para exigir a la guerrilla de las Farc que libere a todos los secuestrados, porque definitivamente -hay que decirlo con franqueza- nos cansamos de todo cuanto proviene de ese grupo subversivo.

Colombia, en efecto, ha soportado demasiado. Inclusive, se puede afirmar que hemos ido demasiado lejos en nuestra paciencia, si es que a la indolencia colectiva se la puede denominar así. No debemos ignorar -esa es una culpa general- que por largos períodos, al guardar silencio, hemos transmitido la imagen de una sociedad insensible, compuesta por muchos egoísmos, a la cual muy poco ha importando el larguísimo calvario de cientos de compatriotas arbitrariamente privados de su libertad y torturados.

En este punto, basta comprobar que en esta ocasión, con muy contadas excepciones, nos hemos acordado de levantar la voz contra el secuestro solamente a partir del fusilamiento a mansalva de cuatro uniformados indefensos. Muchos creyeron que con la Operación “Jaque” todo estaba concluido, y pensaron también que la sociedad había cumplido su papel marchando aquel 4 de febrero.

Eso no es así. Todavía se requiere mayor decisión, empeño y solidaridad constante con la causa de los secuestrados.

No sabemos en qué medida la movilización pacífica de la víspera logre conmover a los secuestradores, que además de los uniformados mantienen en su poder a numerosos civiles a cuyos familiares extorsionan, pero el esfuerzo social resulta necesario, para consignar una nueva constancia histórica en defensa de la libertad.

En tal sentido, todos estamos comprometidos. Continuar la lucha contra el oprobio del secuestro; rechazar el crimen, la violencia y el abuso, son obligaciones que no sólo están en cabeza del Gobierno y de la Fuerza Pública, aunque ellos sean los principales obligados, sino de todos los ciudadanos, que las debemos cumplir pacíficamente pero con solidez.

En el país debe existir una consigna indeclinable: no más complacencia con la crueldad ni con el delito.

La sociedad entera ha sido desafiada por una organización de forajidos que comete crímenes de guerra y de lesa humanidad, y que a cada paso engaña a los gobiernos y frustra los procesos de paz.

Ojalá no ocurra ahora que, para volver a reaccionar, esperemos cuatro o cinco años, o una nueva masacre.