UE sin camisas de fuerza
La Unión Europea muestra hoy los límites que en el mediano plazo tienen la integración económica y comercial. Para Angela Merkel, jefe de gobierno de la primera economía europea, el tiempo se está agotando y las opciones se reducen en forma dramática. Para los griegos las condiciones de austeridad que impone la operación de salvamento son insostenibles. Una Europa nórdica con estadísticas sólidas, así S & P haya rebajado la calificación crediticia a Francia, se encuentra incómoda con las erogaciones que les impone dar la mano a sus socios del sur. Y éstos no parecen sentir la existencia de una solidaridad paneuropea.
No se sabe aún cuándo y cuáles de las 27 banderas empezarán a descolgarse de sus respectivas astas. Pero hay certidumbre de que ello ocurrirá. Bajo presión alemana, los líderes de la UE han aceptado marcharle a la figura de un compacto fiscal que imponga reglas presupuestarias dentro de la región. Se busca reformar los tratados de la UE con dos propósitos: primero, eliminar la discreción política como un primer paso dentro del plan de sujetar a los gobiernos a fuertes regímenes de monitoreo y sanciones; segundo, elevar la regla de los presupuestos equilibrados a cláusula que tendrían que imponer en sus constituciones todos los Estados miembros.
La Corte Europea de Justicia tendría la potestad de determinar si los distintos países cumplen con las normas y pautas europeas. Merkel desea, además, que se prevean sanciones para aquellos países que incumplan los mandatos fiscales y presupuestarios. En la dimensión fiscal entran a jugar escogencias de raigambre netamente política que suplantarían, excluyéndolo, el poder decisorio nacional -y el voto- de los miembros de todos los parlamentos de los países miembros.
Y aquí entran las ponderaciones complejas: llegó la hora de determinar con exactitud si un sentido de justicia redistributiva transnacional entró a operar en la Unión Europea. Los datos recientes dicen que esto no ha ocurrido. También es preciso concluir si los nacionalismos han cedido de cara al europeísmo institucional. Los datos recientes dicen que no. Se acentúan, al contrario, los regionalismos: en Bélgica walones y flamencos hablan de países diferentes, en Italia lo hacen lombardos y trentinos, y en Gran Bretaña escoceses y norirlandeses. Checoslovaquia se dividió y Yugoslavia no soportó la unión federal.
El sistema de Estados nacionales nacido en la Paz de Westphalia en vez de evaporarse parece afianzarse. Y el espíritu nacionalista, base del multiculturalismo posmoderno, adquiere connotaciones incluso psicosociales y éticas como lo ha encontrado el profesor David Miller.
A la realidad nacional no se le pueden poner fechas límite como vienen haciéndolo Nicolás Sarkozy y Ángela Merkel. Camisas de fuerza presupuestarias implican una cercenadura del poder político. El Estado-Nación nacido en 1648 estuvo antecedido de un proceso de varios siglos. Los diktats actuales dentro de la UE ignoran la naturaleza paulatina de los procesos políticos y sociales de alcance extendido.
<ASTERISCOS>***
<BODY TEXT>En su columna del sábado anterior en El Tiempo, Carlos Caballero evocó el plan vial gestado durante la alcaldía de Jorge Gaitán Cortés (1961-1966), uno de los alcaldes con vuelo futurista que ha tenido Bogotá. Y lamenta la desorientación que se percibe dentro de la administración de Gustavo Petro. Para quienes vimos con simpatía su elección y seguimos deseando que bien le vaya -se trata de nuestra ciudad- esto exactamente se advierte. Un alcalde dedicado a polemizar y no a administrar. Hora de parar los alegatos, señor Alcalde, y dedicarse con sentido de entrega nacional a administrar.