JUAN DANIEL JARAMILLO ORTIZ | El Nuevo Siglo
Lunes, 31 de Octubre de 2011

Sachs, crítico social

 

EL  economista Jeffrey Sachs se embarca en su última tarea editorial en un cometido difícil e incomprendido. Su libro The Price of Civilization: Reawakening American Virtue and Prosperity (Random House, 2011) se coloca rápido, a primera vista, dentro de una línea de obras apocalípticas y moralistas que regularmente asoman su faz, desde Cicerón a Solzhenitzyn, pasando por el inefable Spengler.
“Alguna ocasión hubo durante nuestra historia en que nuestros líderes fueron honestos y virtuosos” declara de entrada Sachs, invocando a Cicerón. Pero las virtudes de los padres fundadores de la nación norteamericana están siendo suplantadas ahora por la corrupción.
Así de claro y puntilloso escribe Sachs, hoy profesor de la Universidad de Columbia y director de su Earth Institute. Dejando al margen el trabajo estadísticamente sustentado, Sachs asume la función de crítico social.  No se aprisiona en dar vueltas alrededor de verdades archisabidas, con la repetición maniática de cifras -defecto de economistas- sino opta por volar más alto, en un ejercicio analítico que lo vuelve a poner en las pantallas de las cadenas BBC, CNN, Bloomberg y Deutsche Welle.
Dice Sachs que los colegas economistas, como los politólogos, repiten hasta la saciedad y demuestran con millones de estadísticas que el sistema educativo norteamericano está colapsando, la infraestructura se hace obsoleta y las instancias de decisión político-pública se encuentran en manos del sector corporativo. La cultura washingtoniana ha convertido en literal fetiche la puerta giratoria entre sectores público y privado. El éxito radica en rendirle culto morboso, secreto y repetido.
Y este hecho terminó por degradar y corromper el establecimiento político norteamericano. Por esta razón las decisiones públicas tienen valor contante y sonante. El miembro del gabinete que saca una medida adelante sabe que adentro va un precio que le entrará pronto. Lo grave es que la función crítica social se encuentra anestesiada por una sociedad civil adicta a alimentos nocivos (no nutritivos) y a programas de televisión (no culturales y no educativos). Las estadísticas existentes lo comprueban. País de “obesos, ignorantes y apáticos” llama al suyo, con pesar evidente, el flemático Sachs.
Sin que se restaure un ethos de responsabilidad social no será posible una recuperación económica significativa y sostenida. Por esta razón los “regalos tributarios” sucesivos que aprueba uno y otro Congreso, desde Reagan hasta Obama, terminan siendo dádivas en efectivo que vienen en el correo o en las devoluciones de impuestos para ir a “divertirse o a llenarse” en una pizzería. Y no llegan a ser nunca dispositivos para relanzar la economía. Menos aún para edificar políticas de desarrollo económico.
El renacimiento cívico de EE.UU. sólo podrá estar fundado, según Sachs, en moderación, compasión y cooperación que se impongan transversalmente por encima de las líneas de clase, ideología y etnicidad. Los impuestos constituyen cuanto debe pagar una sociedad para ser civilizada, escribió el legendario magistrado norteamericano Oliver Wendell Holmes, frase de la cual fluye el título de la obra de Sachs. Hoy el sistema tributario, inundado de sesgos, excepciones y ambigüedades, ha terminado por eliminar los principios rectores de equidad y justicia.
Lo grave es que el sentido crítico y apocalíptico de Sachs se proyecta inevitablemente sobre la sociedad global contemporánea. Quizás hubo alguna vez en Colombia una nación de varones honestos y virtuosos -dirían Cicerón y Sachs- que ha cedido a un sistema político que es hoy un agregado de corrupción. Y una sociedad civil nuestra que, apenas ahora, empieza a reaccionar.

 

juan.jaramillo-ortiz@tufts.edu