JUAN DANIEL JARAMILLO ORTIZ | El Nuevo Siglo
Domingo, 13 de Noviembre de 2011

Arrivederci sempre pervertiti

 

No  es el primero de los jefes de gobierno italiano que recibirá el juicio mortal de la historia. Berlusconi tiene desde el fin de la segunda guerra dos compañeros distinguidos como encarnaciones genuinas de la perversión. Los tres, Giulio Andreotti, Bettino Craxi y Silvio Berlusconi son además los más importantes gobernantes en la historia reciente italiana. Andreotti -el príncipe de la oscuridad como se le llama-, Craxi -el delincuente fugitivo- y Berlusconi -el payaso de la depravación- han sido los líderes con mayor influjo de sus respectivos partidos, Democracia Cristiana, Socialismo y Forza Italia.

 

Andreotti, Il Divo, el de las orejas de murciélago y estampa semejante a Frankenstein, para quien -fueron sus palabras- pensar mal del prójimo era pecado pero siempre lo acertado y Jesucristo no dijo jamás una verdad, inspiró en su melancólica putrefacción política a Paolo Sorentino en su película Il Divo,ganadora del premio máximo del Festival de Cine de Cannes de 2008. La obra muestra al político tenebroso (7 veces primer ministro y 33 ministro) gimiendo pesar durante el día ante el secuestro de Aldo Moro y cenando con sus secuestradores de las Brigadas Rojas en la noche. Al monstruo que llegó al ritual morboso propio de la mafia de saludarse de beso con su bestia mayor Riini.

Absuelto por minucias procesales pero en firme la verdad sobre este ser decadente que tuvo en sus riendas a Italia, se confirmó su admonición infernal de que en las novelas policíacas se encuentra al culpable pero en la vida real pocas veces sucede.

Craxi, el amigo del pueblo puro, socialista humanitario llegado al poder en 1982, sería la palanca de Berlusconi para hacerse dictar los famosos decretti Berlusconi, colección de incisos tramposos que permitieron al abogado lombardo apuntalar su imperio de comunicaciones hace casi 30 años. Siempre escondido tras unas gafas descomunales, dio refugio a los secuestradores del Achille Lauro y -ahora lo sabemos- fue el desgraciado en línea directa que le permitió a Gadaffi evadir uno y otro ataque de fuerzas antiterroristas norteamericanas. Finalmente cayó en el escándalo Tangentopoli (ciudad de los sobornos).

Su vida personal, entre enanos de circo y bailarinas de siete velos, alojado en forma permanente en el espléndido Hotel Raphael, habla de su talante. Pero allí vivía porque le quedaba a unos metros la iglesia Santa María de la Paz, según dijo alguna vez, pues no podía dejar su comunión diaria. Cayó en el escándalo de las manos limpias y huyó a Túnez de donde viajó -sin pecado, fue su confesión- a franquear in diretta accezioni las puertas del apóstol Pedro.

A Berlusconi lo conoce ya el mundo. Y por fin (por fin ¡santo Dio!) los italianos. El Jesucristo de la política, como se autodenominó, tendrá más tiempo ahora para mirar en los espejos de sus palacetes su rostro aprisionado en botox y pelos ajenos. E invocar nostálgico su condición de redentor de los valores familiares, pues así se proclamó (mientras sueña con la adolescente próxima).

Llegó la hora del punto final al decadentismo d´annunziano que infecta la  política y paraliza a Italia. La complacencia cínica con la maldad y el retorcimiento moral, el regusto con aquel absurdo donde las ¨flores naturales deben imitar a las falsas¨ rebosó la copa. Dios permita que comience historia de la buena.

juan.jaramillo-ortiz@tufts.edu