Grande de España
Con la muerte de Manuel Fraga Iribarne se va sin duda el símbolo público más notorio del galleguismo. También se marcha uno de los padres de la Constitución de 1978 y de la democracia española. Figura llena de aparentes contradicciones en su carácter y quehacer político, la perspectiva de la historia va ligando cabos antes desatados y mostrando en todo su brillo a uno de los grandes de la historia reciente de España.
Ministro de Información y Turismo de la dictadura franquista entre 1962 y 1969, sus tareas no se limitaron a la creación y consolidación de España como emporio turístico internacional, con el famoso lema España es diferente. Trascendieron para situarse en el desarrollo de las decisiones de Franco sobre la reorientación del sistema político, tras su muerte, hacia la monarquía parlamentaria y el establecimiento de una democracia de corte occidental.
Todo dentro de los parámetros de un delicado gradualismo, hábilmente proyectado por Franco con la ayuda de sus ministros Fraga Iribarne y Arias Navarro.
Fue implementador, por escogencia de Franco en 1966, de la ley orgánica del Estado que aseguró la monarquía como futura forma de gobierno y de ley de prensa (de este mismo año) que le abría las puertas a la “cultura liberal” con la circulación libre de revistas y publicaciones no adeptas al régimen. Esta ley de prensa es la obra maestra que aseguró la neutralización de los enemigos de la democracia bien agazapados dentro del franquismo que Fraga sacó adelante con sagacidad digna apenas de Talleyrand. La ley de libertad religiosa de 1968 fue la punta de lanza en el propósito de demostrar que Estado e Iglesia Católica tenían cada uno camino separado, así fuese paralelo o coincidente.
En 1968, el año convulso que sirvió para reafirmar un anhelo libertario universal, fue aprovechado por Fraga para lanzar al firmamento político otro globo elocuente: pidió a Franco que lo encargase del proceso pacífico de descolonización de Guinea Ecuatorial cuando otras naciones africanas ardían de rabia contra sus metrópolis.
En el entretanto, Fraga era abominado por las criaturas políticamente invidentes del franquismo y vilipendiado asimismo por los sectores prodemocráticos. Fraga había entendido que para sacar adelante el esquema democrático debía caminar a lo largo de una cuerda floja, procedimiento que solo Franco, el consumado estratega, supo entender. Ni siquiera Carlos Arias Navarro, quien debía así seguir siendo el nominal jefe de gobierno. Primer vicepresidente del gobierno en 1975, ya instituida la monarquía, siguió adelante. En 1976 le soltó a nadie menos que a Cyrus Sulzberger, propietario de The New York Times, la bomba que nadie esperaba: la legalización del Partido Comunista. Que la noticia saliera por vía del primer medio global le imprimía una dinámica inatajable al proceso, así no le gustara a Arias Navarro. Manos de Talleyrand otra vez.
Candidato a la Presidencia en 1977 y 1986, recibe los ataques de un supuesto centro moderado así como de la izquierda. Había optado, al fin y al cabo, por caminar la cuerda de filigrana microscópica, incomprendida, que permitió a España tener democracia. Esta fue su parábola magnífica: construir y articular desde los extremos realidades de alto vuelo. Desde dentro de la dictadura pudo armar la estructura difícil de la democracia.
Intelectual y político, la vida de Fraga fue eso: pensamiento y acción, título de una de sus últimas obras. Y apenas empieza la historia a entenderlo.