Juan Daniel Jaramillo Ortiz | El Nuevo Siglo
Lunes, 24 de Noviembre de 2014

El magnicidio y Serpa

 

No estamos frente a una obsesión enfermiza de María Isabel Rueda, la familia de Álvaro Gómez Hurtado y quienes venimos insistiendo una y otra vez en la impunidad que rodea el magnicidio. ¿Por qué el señor Ignacio Londoño Zabala, amigo íntimo del hoy congresista Horacio Serpa, señalado como partícipe o autor intelectual de casi 10 homicidios agravados, sigue a sus anchas? ¿Será difícil adivinar a quién se le está guardando la espalda? ¿Por qué tan irritado Serpa si nada debe temer quien nada debe?

Serpa, experto en difundir retruécanos ordinarios y mentiras perversas, dijo a raíz de la decisión de la Corte Suprema de Justicia de iniciar investigación en su contra por el asesinato, que se trataba de una unión de un criminal extraditado, Luis Hernando Gómez Bustamante, alias Rasguño con la familia Gómez Hurtado, porque, según sus palabras, Dios los hace y ellos se juntan. Agregó después que todo era una maniobra de los deudos de Álvaro Gómez para “sacarle dinero al Estado”.

Serpa razona sobre otros como ha razonado y actuado sobre sí durante su vida pública. Es decir, tratativas con delincuentes de la peor laya son normales y sacarle plata al Estado es una obviedad para quienes como él se han dedicado décadas a vivir pegados de puestos públicos como infectas garrapatas. Dijo también que el testimonio de Rasguño era un elemento probatorio solitario, no corroborado, lo cual lo hacía insignificante.

Más distorsiones y mentiras no pueden difundirse. El testimonio de Rasguño está corroborado por Fernando Botero Zea. Y por varios otros que dan cuenta de la reunión memorable sostenida en una finca ubicada en el municipio de Tierralta, Córdoba, en 1996, donde Carlos Castaño le increpa a un grupo de narcotraficantes haberse equivocado en asesinar a Álvaro Gómez. Estos delincuentes expresan entonces que Serpa es el aliado querido, ejecutor de las decisiones del cartel del Valle del Cauca y agente fundamental del crimen.

El caso ha llegado a la Corte Suprema, neutralizando la complicidad de la Fiscalía. Pero también se mueve silenciosa pero activa y rápidamente en la Comisión Interamericana de DD.HH. Y digámoslo otra vez, para que quede bien claro donde estamos actuando, en la Corte Penal Internacional. Las movidas reiteradas del señor Montealegre para dilatar la investigación  hasta que los delincuentes “coronen” con su prescripción han sido la mejor prueba para evidenciar que el crimen de Estado se topa con la decisión deliberada de un órgano del Estado de no investigar el asesinato de  dirigente político mayor. Causal más clara no hay en el Estatuto de Roma para activar las funciones de la Fiscalía de La Haya.

Vamos a dejar en claro la verdad. En Colombia se ha formado una costra literal de complicidades cruzadas en todos los niveles del territorio, que denuncia en su valerosa columna de ayer en El Tiempo Jaime Castro.  Pero esta zona tenebrosa -lo que llamó Álvaro Gómez “el régimen”, que también sabe asesinar- opera interinstitucionalmente, entre órganos del Estado central. Allí moran con persistencia ácaros de patas múltiples terminadas en chupas de presupuesto, sirvientes genuinos, que ayer ofrecieron al narcotraficante mayor el palacio donde pudieran seguir inmutables  homicidios y narcotráfico, como lo dejaron en claro Procuraduría y totalidad de instancias administrativas en su momento.

Y hoy, en el caso del sospechoso mayor del crimen del doctor Álvaro Gómez, buscan evadir el peso de la justicia. Se trata del honor nacional. Antes que la dignidad de Margarita de Gómez Hurtado y Enrique Gómez Hurtado (los Gómez de las juntadas con hampones según Serpa), verdaderos iconos de la moral colombiana a quienes los escupitajos del congresista no alcanzan. Habrá justicia.