JUAN DANIEL JARAMILLO ORTIZ | El Nuevo Siglo
Domingo, 9 de Diciembre de 2012

¡Good-bye Hillary!

En  sólo tres semanas Hillary Rodham Clinton habrá dejado de ser secretaria de Estado de EE.UU. Tomó el cargo en el pináculo del desprestigio externo de su país y entregará a quien la suceda una política externa reorientada y fortalecida. La administración Obama encontró un barco que hacía agua en todos sus flancos. La relaciones con Europa literalmente agónicas, la interlocución con China paralizada ante la carencia de moral de la administración Bush, odio desembozado en el Medio Oriente y África enrarecida de cara a un mandatario que se erigió en paradigma de la insensibilidad global.

América Latina, salvedad hecha de Colombia, no fue la excepción.

Obama supo girar de capital político demócrata y lo primero que hizo fue echar mano de Hillary Clinton, su contendora en las primarias de hace 4 años. Su reto apenas se equipara en dificultad, en tiempos recientes, con el de Dean Rusk, en medio de los horrores de Vietnam durante el gobierno de Johnson, y el de Cyrus Vance, bajo Carter, tras los escándalos de Watergate, en la búsqueda desesperada por devolver credibilidad a la política externa.

La secretaria Clinton oscilaba profesionalmente entre el perfil de un James Baker, secretario de Bush padre, y Warren Cristopher, secretario de su esposo, personajes ilustres pero sin mayor experiencia internacional, y el legendario Henry Kissinger y Dean Acheson, secretario de Truman, quienes al llegar al cargo eran ya conocedores minuciosos del escenario externo. Clinton, abogada brillante egresada de Wellesley y Yale, no sólo absorbió hasta la última gota ocho años de gestión fundamentalmente importante de su esposo Bill sino que ayudó a ejecutarla.  Después, en el Senado, fueron otros 4 años de trabajo en política exterior que le permitieron ser testigo de la peor gestión en la historia de EE.UU.

Con esta experiencia y credenciales Hillary Clinton pudo reconstruir, no sin dificultad, el tejido de una política atrofiada por la mentira. Los resultados están a la vista. Pero ante todo EE.UU. recuperó el estatus moral dilapidado por Bush. Y ha podido situarse de nuevo como contrapeso activista a una supremacía china que viene levantándose sobre las bases de la manipulación sistemática de la moneda y la inobservancia de derechos humanos fundamentales.

Obama y Clinton entendieron durante estos cuatro años que EE.UU. no puede contemplar en forma pasiva ni disminuida la evolución de nuevos poderes en el ámbito global ni abdicar la invocación de valores universales, así las falencias domésticas sean inmensas. Pero Hillary Clinton, ante todo, se convirtió en paradigma de honestidad pública internacional, aceptando con valentía fallas y lista a dar la cara en la perspectiva de errores.

John Kerry, Susan Rice o Jon Huntsman parecen ser sus más seguros sucesores. El umbral que deja Clinton es alto y exigente. El estilo duro de Rice, actual embajadora ante la ONU, contrasta con la tranquila majestad de Clinton. Kerry y Huntsman, tocados por la veneración de largas carreras en la política y la diplomacia, curtidos en decenas de batallas, se encajan más puramente dentro del estilo Obama-Clinton.

A Colombia se le marcha una amiga de todas las horas. Si es sustituida por el senador Kerry, conocedor minucioso de nuestras realidades, este canal particular de seguro continuará. Pero en cualquier forma, esa relación especial que viene consolidándose desde la administración Pastrana, tendrá que formalizarse para que Colombia, como Gran Bretaña, Canadá o India, entre a sentarse en forma definitiva en la exclusiva mesa de los amigos especiales de Washington.