La Línea
Si hay algo en nuestro país que en este momento debería estar en las oraciones de cada uno es una verdadera carretera que una el centro con el occidente colombiano. Hoy que debemos conformarnos con la llamada Línea no tenemos más que noticias desastrosas, repetidas una y otra vez, ya sea por los infinitos trancones o por accidentes que constantemente cobran la tranquilidad de familias a lo largo del territorio nacional.
Y lo peor es que hace años nos tienen ilusionados con el dichoso túnel que nos han pretendido vender como la verdadera revolución vial de nuestro país, cuando el proceso ha sido tan mal manejado que apenas podríamos esperar algo cuando nuestros hijos estén gobernando el país. Problemas con los diseños, las inversiones, el medio ambiente y unos cuantos políticos son hoy una constante para que al final tengamos que seguir viviendo en medio de lo mismo: tragedias por las que nadie responde.
Sin embargo, si pudiésemos decir que es un caso aislado de la realidad de nuestro país, hasta sería cómico como anécdota de la realidad de un país del realismo mágico. Pero es una historia tan repetida en todas las esquinas y carreteras que hoy es más una lastimosa pesadilla de la que no podemos despertar. De nada ha servido la locomotora que pregonaba el Gobierno, de nada la intención de salir del retraso en infraestructura que tanto cuesta a los colombianos.
Sin embargo hay una verdad que es aún más preocupante en medio de toda esta tragedia. Si hoy el gobierno está comprometido en buscar formas decentes de contrataciones y licitaciones, es claro que todo aquello que se hizo anteriormente no fue más que un montón de cheques en blanco girados a muchos contratistas afortunados mientras el país seguía cayendo en desgracia.
Y por eso nadie responde. Nuestros ministros anteriores siguen orondos disfrutando de la calidez de sus fincas, mientras los miles de millones de pesos que otrora se habían designado para hacer puentes y carreteras hoy deben estar en paraísos fiscales que nadie puede controlar.
Por eso volvamos al principio, al símbolo de la desidia de nuestro país que es esa maravillosa carretera que regularmente lleva a los colombianos a estar varias horas estacionados esperando que una maquinita limpie por fin un derrumbe. No podríamos saber cuántos colombianos tendrán que pasar estas fiestas en medio de la montaña esperando poder llegar a sus ciudades, pero al menos debemos intentar que no se repita de generación en generación.