JUAN DIEGO BECERRA | El Nuevo Siglo
Domingo, 14 de Abril de 2013

El fiasco de nuestras elecciones no populares

 

Si  hay algo en nuestro país que parece ser un cuento de nunca acabar es el increíble proceso de elección de nuestros cargos por elección que no vienen del voto popular. Las ternas, que proveen de nombres propios a cargos como Procurador General, Fiscal General, o los magistrados de las altas cortes; en nuestro país se han convertido en un festín de la politiquería y las costumbres más arcaicas y despreciables de cualquier proceso democrático. Digo arcaicas porque tienen de meritocráticas lo mismo que la boliburguesía venezolana, digo despreciables porque se cocinan entre acuerdos nocivos para el país que por lo general nunca terminan saliendo a la luz pública.

Los ejemplos abundan en medio de una crisis institucional que parece pasar inadvertida entre los problemas diarios del país. Desde la reelección del Procurador General y pasando por el problema pensional de las altas cortes, todas las elecciones recientes parecen ser el resultado calcado de un drama nacional. El problema es sencillo: simplemente es la manipulación de las elecciones entre unos “iguales” que siempre se están compartiendo favores.

Quizá el problema es creer aún en la buena fe de las personas que llegan a los cargos públicos. No porque no tengan buenas intenciones, sino por pensar que realmente puedan llegar a actuar fuera de sus intereses o necesidades particulares. Nuestro sistema político está pensado para que los cargos públicos sean ocupados por máquinas, no por personas. Intentar negar la realidad de las personas es lo que realmente nos mantiene entre escándalos y problemas políticos, cuando lo que debería buscarse es establecer unos límites racionales para permitir actuar libremente a los funcionarios públicos.

Claro, suena catastrófico pensar únicamente en funcionarios públicos que buscan su provecho personal, pero es aún peor encontrarnos con sorpresas cuando vemos que ninguno en el fondo puede hacer algo diferente. En cambio, si se establecen unos límites razonables se permitiría llegar a minimizar el efecto general de una “persona” ocupando un cargo cualquiera. Al menos las motivaciones serían transparentes. Al menos habría mayor información.

Es claro que para los ciudadanos de a pie estas elecciones por lo general terminan pasando inadvertidas, pero el efecto de la sumatoria de escándalos acaba minando el respeto por las normas y las instituciones. Por lo menos debemos tener claro que nuestras elecciones no populares son un fiasco y que para la gente, la legitimidad de los funcionarios cada vez se diluye más entre lo que quisiésemos ser y lo que somos realmente.

@juandbecerra