La democracia que queremos
No ha habido un solo analista de la política colombiana que haya llegado a decir que en nuestro país hay partidos políticos fuertes, o al menos, consecuentes.
Las elecciones mostraron la misma tendencia de privilegio a los candidatos antes que a las agrupaciones políticas, a la vez que las maquinarias se aceitaron en torno de los nombres y no de los colores; los colombianos tuvimos que escoger entre propuestas atadas a los apellidos, porque como es usual en nuestro país, incluso dentro de los mismos partidos políticos, las ideas sobre el futuro del país son completamente diferentes. La pregunta es entonces, ¿para qué seguimos insistiendo en tener partidos políticos?
De repente es simplemente porque seguimos creyendo que algún día van a recomponerse y a tener una representación real de las preferencias de los colombianos, cómo deberían ser. Pero mientras mantengan como objetivo la elección de candidatos para recuperar la plata invertida en las campañas, será muy difícil llegar a hablar de partidos políticos.
Mientras sean los caciques electorales los que manejen la política regional, se privilegiarán los votos comprados, aunque sea con promesas. Mientras veamos a la política como un negocio no hay opciones que nos permitan evitar que cada elección termine siendo un nuevo salto al vacío.
Pero de repente todo el establecimiento está dedicado a buscar el fortalecimiento de los partidos políticos a toda costa. Y lo logramos de tal manera que llegamos a tener un partido que se vanagloriaba por ser la fuerza que decide, según la cantidad de cargos burocráticos que recibía a cambio del apoyo a una iniciativa; o unas extrañas agrupaciones como el PIN o el MIO que deben su existencia a un patrón electoral que hoy está en la cárcel; o incluso el partido de la U que aún no sabe si todavía se debe al ex presidente que le prestó la inicial de su apellido para encontrar el nombre.
La verdad hoy tenemos que dar un debate sobre los fabricantes de avales que hoy llamamos partidos, al menos para ser claros con nosotros mismos y asumir lo que queremos para nuestra democracia. Todas las opciones tienen sus pros y sus contras, pero lo verdaderamente grave es que no sepamos nosotros para dónde queremos ir. De repente es la hora de empezarlo a pensar en medio de los recientes resultados electorales, cuando en el corto plazo nadie tiene algo que perder. Es el tiempo del análisis sereno.