Credibilidad
El espectáculo de esta semana con la llegada de Pekerman a la Selección Nacional trajo consigo un montón de esperanza para los aficionados al fútbol.
De repente parece que por fin se abrieron las puertas para un proceso real dentro del fútbol nacional, se escucharon las voces que pedían a gritos un técnico alejado de los círculos de poder de empresarios y directivos nacionales, se crea un punto de partida nuevo con miras al próximo Mundial de fútbol. Por todo ello, bienvenido sea.
Sin embargo, queda en el aire ese horrible sinsabor de la distancia entre un negocio privado y un supuesto bien de interés nacional. La selección nacional no es de Colombia, es de la Federación, y por ello son sus directivas las que tienen la palabra para la designación del seleccionador y su cuerpo técnico. Esta vez escogieron a Pekerman, pero tuvo que intervenir hasta el Presidente de la República para lograrlo.
Lo más triste de todo es que la imagen que tienen los directivos del fútbol colombiano es por decir lo menos, paupérrima. Escuchar de la gente en la calle que son corruptos o ladrones es común a pesar de las pasiones que despierta la camiseta tricolor, como si fuesen un cáncer incrustado en la vida de los colombianos. Y nadie hace nada a pesar incluso de las voces que tantas veces se han repetido en los espacios de opinión, o mejor, nadie puede hacer nada.
Seguiremos sometidos a los mismos señores hasta que ellos decidan algo diferente. Y mientras manejen esos miles de millones de pesos que genera el fútbol, seguramente seguirán atornillados sacando los réditos de hacer parte de la dirigencia del fútbol profesional, aprovechándose de cuarenta y cinco millones de voces que alientan a 22 señores corriendo detrás de un balón.
Quizá lo único que nos queda a los aficionados es esperar que este proceso que comienza al menos traiga los resultados que se han venido planteando y que se respete la idea de mantener la independencia del cuerpo técnico por encima de intereses personales. Al menos eso nos deben.
Último vagón. Qué desperdicio lo que se perdió Bogotá en este principio de año. Si el Alcalde hubiese sido un poco más proactivo habríamos podido convertir el problema de nuestra infraestructura en una oportunidad para la ciudad. Sólo había que cuadrar que el Dakar no terminase en Perú, sino en un circuito urbano en la capital colombiana. ¿O acaso no es por lo menos tan peligroso un desierto como la mayor parte de las avenidas capitalinas?
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