Hace mucha falta que los colombianos tengan un buen conocimiento sobre personalidades que han jugado un papel clave en la historia de Colombia. Es posible que en el pasado se escribieran notas necrológicas más o menos detalladas o que, ocasionalmente, se hicieran Oraciones Fúnebres que buscaban describir un legado importante. Ahora, es notorio observar la ausencia de estos mínimos reconocimientos a personas destacadas. Como que no hay nada que subrayar en sus recorridos vitales. Muy injusto. Pero sobre todo se hace así un disfavor a la historia de Colombia y a la formación de las futuras generaciones. Como que tampoco hay nada que imitar. Difícil construir una nacionalidad orgullosa con esos silencios tan frecuentes.
Esa semana que culmina, la familia de Juan Jacobo Muñoz se tomó el trabajo de reconstruir aspectos significativos de su vida y, además, recogió testimonios que sobre él se escribieron y que ya están olvidados. Sobresalen los de Alfonso López Michelsen, Germán Arciniegas, Miguel Ángel Burelli, Juan B. Fernández, Jaime Posada, Ramón Cote Baraibas, Zoilo Cuéllar y el más reciente del distinguido economista Santiago Montenegro.
Su hijo mayor, el admirado abogado Diego Muñoz Tamayo, se puso al frente de la edición de dos volúmenes sobre el exministro de Educación y de Salud, Juan Jacobo Muñoz, también, exrector de la Universidad de los Andes (1978-79). Y en la ceremonia que tuvo lugar en la Academia Nacional de Medicina para recordar el centenario de su nacimiento presentó un perfil muy bien logrado sobre su ilustre padre, quien además en su condición de rector le entregó el diploma de Abogado.
Alfonso López Michelsen quien escribió un obituario con ocasión de su muerte destacó a Juan Jacobo Muñoz, como “el típico sobreviviente de una especie en extinción: el médico humanista” Y añadía: “a esta vocación se sumaba en Juan Jacobo Muñoz la del educador y la del servidor público, una combinación poco común en nuestro medio.”
Santiago Montenegro logró elaborar un texto bastante integral sobre la vida de este ilustre humanista a quien él designa cómo filántropo del conocimiento, expresión original que define apropiadamente a tan ilustre personaje. Montenegro culmina su ensayo con estas palabras: “no solo se destacó en su profesión de médico, sino que dio muestras de gran organizador y administrador con importantes entidades y proyectos nacionales tales como el de la integración hospitalaria cuando fue Ministro de Salud, a la búsqueda de mecanismos de financiación de la Salud a través de la Medicina prepagada de la cual fue un gran promotor y diversos proyectos de organización interna de las universidades.”
Me atrevo a decir que su designación como rector de la Universidad de los Andes no solo fue un reconocimiento a su trayectoria y al médico como humanista y servidor público, sino a una concepción del papel de la universidad en el desarrollo del país y, también, en lo que debería ser su funcionamiento interno, en el orden y libertad necesarios, para así contar con el ambiente que le permitiera buscar la excelencia y formar profesionales que, en la filosofía uniandina, se desempeñaran en su vida “más allá del deber”.
Un gesto filantrópico poco conocido es la colección de obras del maestro Germán Arciniegas que él les pidió a sus hijos que donaran a la Universidad de los Andes. Se trataba de “noventa documentos que incluían 63 libros de autoría de Arciniegas, de los cuales 38 primeras ediciones, 7 libros de compilaciones, todos de primera edición y 20 publicaciones sobre su vida y su obra. Todos ellos, dedicados a Juan Jacobo Muñoz.” Así lo explicó el 21 de junio de 2012 su hijo mayor Diego cuando hizo la entrega de esta colección a la Universidad de los Andes.
Este valioso esfuerzo familiar y el gesto de la Academia Nacional de Medicina constituyen un ejemplo que debe imitarse porque la narrativa de nuestra historia debe incorporar las ejecutorias notables de ciudadanos ejemplares.