Así como en los juegos de mesa, que entre más obstáculos presentan más divertidos se vuelven, la existencia nos reta cada día con situaciones en las cuales los hilos de la trama de la vida se juntan, traslapan, anudan, envuelven o incluso se cortan. En el juego de parqués, por ejemplo, la diversión está en enviar a los otros a la cárcel, avanzar rápidamente entre los oponentes y lograr conquistar el cielo tras ciclos que pueden comenzar varias veces, tantas como tengamos que abandonar la cárcel y a la velocidad que marquen los dados en medio de la incertidumbre. Es un juego de probabilidades en el que surgen apuestas y eventualmente trampas; pueden aparecer risas, asociaciones, disgustos, egoísmos… En los ratos de esparcimiento los enredos pueden ser motivo de alegría; en la cotidianidad eso dependerá de qué tantas habilidades hayamos desarrollado para resolver cada desafío. Claro, la lógica ganar-perder es algo que estamos llamados a superar mediante la cooperación y la solidaridad para que todos ganemos. Como eso es aún lejano, de momento divirtámonos con lo que hay y aprendamos.
Todos tenemos alguna o varias cárceles en la vida diaria, unas más evidentes que otras y que se pueden haber convertido en zonas de confort, no porque sea agradable estar en ellas sino porque nos acostumbramos a sobrevivir desde esos encierros: un trabajo en el que ya no nos sentimos plenos, pero el cual mantenemos por miedo a no conseguir otro; algún lugar que frecuentamos, físico o virtual, en el que no crecemos pero nos sigue generando cierto placer; algún miedo que nos mantiene en la parálisis y no nos permite atrevernos a vivir; una idea ajena que compramos en un tiempo lejano y sobre la cual construimos imaginarios que nos impiden avanzar, porque nos dijeron que no podíamos, era muy difícil, no lo merecíamos; o la cárcel de un dios castigador, que nos condena por el pecado y nos hace la vida de cuadritos. Y nos enredamos en el juego.
En el parqués, salir de la cárcel depende de una combinación entre incertidumbre, oportunidad y enfoque. En el juego de la cotidianidad ocurre lo mismo, pero necesitamos primero reconocer las cárceles, proveernos la mayor información posible sobre por qué y para qué estamos allí, identificar posibles salidas, así como tomar decisiones acertadas y asertivas. Reconocer, por ejemplo, que un oficio es una cárcel puede ser complicado, más si se hace con relativo triunfo.
Creo firmemente que el éxito real está en hacer aquello que se alinea con nuestra misión de vida, más allá de que sea vistoso o reconocido. La verdadera victoria está en reconocer las cárceles y hacer todos los esfuerzos posibles para salir de ellas, en superar ante todo nuestras propias trampas. Podemos empezar varias veces y no pasa nada, pues es posible aprender de lo vivido. La clave está en escuchar a nuestro espíritu y elegir las opciones que ya ha identificado como adecuadas. Si tenemos conexión y enfoque, lo demás viene por añadidura. ¡Juguemos!