Por supuesto que tenemos opciones para salir de la caja del patriarcado. Es una tarea de consciencia ampliada en la cual se requiere voluntad.
La caja nos mantiene confortables en el amor condicionado. Desde nuestras nociones limitadas de amor, con minúscula, ese sentimiento se circunscribe -por lo general, por norma cultural que no siempre se cumple- a la familia de origen: el núcleo básico, como quiera que esté compuesto, el cual se amplía a un círculo mayor constituido por la familia extensa.
La condición está dada por la conservación de los apellidos, las tradiciones que vienen de generaciones anteriores y un sentido de pertenencia desde el cual manifestamos el afecto, la solidaridad y la contención. Esto no siempre ocurre: cuando aparecen ovejas negras, esos personajes maravillosos que pueden traer sanación al sistema familiar, devienen en miembros proscritos, pues rompieron la condición sagrada de fidelidad a cualquier precio. Sí, el amor está condicionado.
Hay un círculo más grande, compuesto por los amigos, esos hermanos que elegimos a lo largo de la vida para que nos acompañen en el trayecto. Evidentemente, ese amor también está condicionado a las reglas de la amistad. Muchas personas pasan de ser mejores amigos a mejores enemigos, pues se quebró alguna de las condiciones de la neofraternidad. Lo mismo ocurre con las parejas, las nuevas familias que conformamos, los lazos profesionales que desarrollamos. Hay condiciones para el amor o el afecto. En teoría todos los seres humanos somos iguales, pero la realidad nos muestra que hay unos más iguales que otros, bien sea por su filiación religiosa o partidista, por sus intereses económicos o sociales. ¡Claro que es importante la afinidad, claro que es fundamental rodearnos de personas de nuestra entera confianza! Sin embargo, si no agrandamos el círculo seguiremos segmentados, unos contra otros, bien sea en un partido de fútbol o en una guerra. Por supuesto es mejor el primero que la segunda, como nos lo mostró el cineasta Sergio Cabrera en la película Golpe de estadio.
¿Qué pasaría si nos amamos sin condiciones? Es decir, con nuestros errores, diferencias y limitaciones. ¿Qué pasaría si extendemos ese amor a toda la humanidad? ¿Qué, si lo ampliáramos a la naturaleza entera? No se trata de desdeñar normas claras de convivencia, de perder la individualidad, sino de mirarnos entre todos con compasión, ¡sin competir! Sí, nos hemos herido unos a otros. Hemos asesinado, robado, secuestrado, insultado, marginado. Algún acto de separación hemos hecho. Si nos miramos compasivamente, empezando por quien está en el espejo, evidenciaremos el Amor, con mayúscula. Es un camino larguísimo el del Amor incondicional que nos llevaría fuera de la caja, en plena solidaridad. En algún momento habremos de empezar…