Mucho se ha hablado de las consecuencias económicas que traerá el coronavirus. La crisis ya se empieza a sentir, millones de empleos se empiezan a perder alrededor del mundo, varios sectores productivos anuncian la quiebra de miles de empresas, los gobiernos temen por una inminente recesión, los sistemas de salud empiezan a colapsar, los analistas prevén que el crecimiento para la mayoría de países será negativo.
En Colombia, el ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, anuncia que este será el peor trimestre de nuestra historia económica. La lista es larga y preocupante, todavía no hemos llegado al pico de contagios, ni sabemos a ciencia cierta sobre otros posibles efectos económicos, sanitarios y sociales.
Muchos comparan está crisis con “La Gran Depresión”, nombre que se le dio a la recesión económica mundial de la década de los años 30, tras el “crack” de Wall Street en 1929, que desató una crisis financiera mundial sin precedentes.
Lo que no se ha dicho, es que dicha recesión económica mundial, prácticamente condujo al mundo a la Segunda Guerra, y fue gestora del ascenso al poder de líderes populistas y autoritarios alrededor del mundo.
Tal vez el ejemplo más ilustrativo es el de Adolfo Hitler en Alemania en 1933. Sin duda, la crisis económica y las duras imposiciones que recaían sobre los alemanes tras su derrota en la Primera Guerra, fueron un caldo de cultivo propicio para que un discurso populista, demagógico y nacionalista, tuviera eco en el corazón del pueblo más culto de Europa.
Guardadas las proporciones, con las características propias de nuestro tiempo -que no son otras distintas al cambio permanente y abrupto-, el populismo es otro de los grandes riesgos al que nos enfrentamos con el Covid-19. El riesgo político, que ya se empieza a evidenciar, de líderes populistas que salen a culpar a otros del desastre, que buscan más protagonismo que soluciones, que le ponen su nombre y apellido a las ayudas del Estado; que buscan generar dependencia del ciudadano a su Gobierno, mostrándose como sus protectores y salvadores, que amenazan con estatizar sectores de la economía, que señalan a la empresa privada como la enemiga de los intereses del pueblo.
El desastre económico traerá consigo millones de desempleados, hambre, dolor y rabia. Y entonces aparecerán los oportunistas de siempre, aprovechándose de la tragedia, ofreciendo repartir lo que no les pertenece a cambio de los votos, dispuestos a incendiar al país con tal de tener la razón.
Será muy peligroso para el país, y podría decirse que para el mundo entero, la amenaza del populismo que se ofrecerá como la esperanza para sacarnos de la crisis. Contra ese riesgo no habrá vacuna, pero tendremos que protegernos, evitando caer en manos de quienes saben vender esperanza pero no tienen ni idea de sacarnos de la pobreza y, por el contrario, dependen de ella para sobrevivir. Ese es un remedio más peligroso que la enfermedad, y ante ese riesgo, solo nos queda proteger el tejido empresarial, la libertad individual y las instituciones de la democracia liberal.
@SamuelHoyosM