Los economistas no suelen hacer referencias al arte en sus escritos, y la literatura poco trata de la economía. Como si fueran dimensiones paralelas que no se rozaran. Pero hay excepciones de ambos lados, bastante buenas. Así, el economista Keynes consiguió a un precio enorme, los manuscritos sobre esoterismo de Newton. Que dicho sea de paso el gran físico consideró más importantes que su obra sobre la gravedad.
Y el gran poeta estadounidense Ezra Pound hizo un poema sobre la usura, uno de los más importantes de su valiosa obra, que infortunadamente pierde su musicalidad en las traducciones, como suele ocurrir al trasvasar el ritmo de un idioma a otro.
La cultura popular, como las canciones, se refieren al dinero, como la copla mexicana “El águila siendo animal, se retrató en el dinero y al subir al nopal, pidió permiso primero”, se entiende que las espinas del nopal requerían de ese permiso. Y es el símbolo mitológico de la fundación de México que se hizo en el pantano en el que los indígenas hallaron a un águila en un nopal devorando una culebra y la aceptaron como un mandato de su divinidad.
Durante la dictadura militar del general Videla en Argentina, en el teatro Colón de Buenos Aires, los asistentes a las presentaciones arrojaban al suelo las monedas de mil pesos como una forma de manifestar su protesta contra el gobierno y el ministro de economía Martínez de Hoz, por la depreciación del dinero.
Hoy se nos hace normal cambiar un pedazo de papel llamado moneda por una cosa real o un servicio, pero no es “normal” y supuso verdaderas guerras y coacción de las sociedades antiguas para lograrlo. De hecho, en la niñez se nos hacía algo incomprensible, algo mágico.
Una vez afianzada esta regulación, el sector financiero logró, con su intermediación, que ese papel les produjera más dinero que a los productores reales del agro o de la industria. De ahí se afianzó la idea rectora del capitalismo con Adam Smith. Y del socialismo con Karl Marx de que el valor solo lo daba el trabajo. Pero ambos, Smith y Marx, despreciaron por omisión, a la naturaleza a la que veían tan solo como un objeto de explotación.
En su magnífica obra “Lo pequeño es hermoso” el economista Schumacher afirma justamente lo contrario: “El capital proporcionado por la naturaleza es mucho más importante que el aportado por el hombre”. Y él afirma que fue un disparate incluso de economía simple, tratar a la naturaleza que es un capital como si fuese una renta. Cosa que jamás hace un buen administrador. Ahora el mundo debe asumir esa hipoteca de costo inconmensurable.
La naturaleza se ha convertido en el sujeto agente de la historia y nos muestra signos que no se veían desde la última glaciación. Mientras el capitalismo y el marxismo litigan un mero pleito de posesión.