Las marchas que se han convocado a lo largo de los nefastos primeros 100 días del gobierno Petro son un ejercicio importante, de origen cívico y que requiere de todo el apoyo de quienes nos consideramos en oposición.
Sin embargo, la unidad no solo puede limitarse a la protesta o al activismo en general, sino que debe poder ser una realidad para las próximas elecciones de 2023 y, eventualmente y dadas las circunstancias, una posibilidad en 2026.
El objetivo primordial a mediano plazo, en mi opinión, es lograr ganar las elecciones a las alcaldías con buena representación en sus respectivos concejos en las capitales principales del país como lo son: Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla.
El Pacto Histórico, liderado por el presidente Gustavo Petro, buscará nuevamente realizar su ya probada y exitosa estrategia electoral de unificar y organizar sus cuadros políticos hacia un objetivo común, en este caso, candidaturas únicas a los cargos unipersonales (como fue él para la presidencia) y listas posiblemente cerradas para edilatos, concejos y diputaciones (como ocurrió en el caso de Congreso) bajo la marca ya posicionada de Pacto, aprovechando su aún considerable momentum político.
Es por eso, que nace la necesidad de lograr un contrapeso no solo a la popularidad del presidente y a su reciente y poderoso capital político de las elecciones de 2022, sino también al infinito poder del estado: la mermelada.
Los casos son concretos y el análisis estratégico bastante lógico como, por ejemplo, el de Medellín. El populista y bastante oscuro alcalde Daniel Quintero, quién ha sido juicioso en confirmarle a la opinión pública su evidente poder y su capacidad de utilizar dicho poder para sus fines políticos, lleva ya más de un año en campaña, aceitando con cuánto contrato y puestos su maquinaria con el objetivo de hacerse reelegir en cuerpo ajeno en Medellín, ubicar cargos estratégicos en Antioquia y, por qué no, pujar por la gobernación (posiblemente también en cuerpo ajeno, dicen las malas lenguas) y así ir preparando su camino a la presidencia de la mano de Petro y compañía.
Caso similar ocurre en Bogotá, por eso de que hoy en día cualquier alcalde mediocre se considera presidenciable. Como nuestra actual mandataria, quién ya nos anunció su interés de ser la primera presidente mujer del país y que, en vez de gobernar, se la ha pasado en campaña y preparando como Quintero el aceite o mermelada, si se quiere, para alimentar su hambrientas y gigantescas maquinarias.
En Cali el desastre no da espera y considero es un deber nacional rescatar nuestra amada capital del Valle de las garras de la izquierda y, en Barranquilla, se debe salvaguardar la buena gestión, aunque venga con sus bemoles. Lo cierto es que, para poder vencer las maquinarias hoy pintadas de ‘progres’ y detener el sueño autoritario de Petro, la oposición debe unirse. Respetando la autonomía de los partidos y movimientos, pero trabajando juntos hacia este objetivo común de salvar el país.